Sistema Nacional Anticorrupción

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La falla de nuestra democracia es que no teníamos una arraigada cultura de la legalidad. Tal parece que el deporte más practicado en México es la violación a la ley.

La lucha por el derecho es la poesía del carácter.

                Rudolf von Ihering

 Crece la idea del fracaso de nuestra transición democrática. O, por decirlo eufemísticamente, el proceso de consolidación está atorado. La falla de nuestra democracia es que no teníamos una arraigada cultura de la legalidad. Tal parece que el deporte más practicado en México es la violación a la ley.

Enrique Peña Nieto, en relación al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA), escribió: “Sin embargo, para mí el cambio más relevante de este nuevo paradigma (¿¡!?) es que, por primera vez, nuestra Constitución reconoce que tanto ciudadanos como servidores públicos somos corresponsables de combatir la corrupción”. ¿Acaso no están consignados en el Código Penal los delitos cometidos por los funcionarios públicos? ¿Para que una norma se cumpla debe ser elevada a rango constitucional? Decir que todos somos responsables de combatir la corrupción, ¿no diluye obligaciones? ¿La corrupción es cultural o estructural?

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El artículo 80 constitucional señala que: “Se deposita el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión en un solo individuo…”. Ahí está definido nuestro régimen presidencial. La historia nos ha enseñado que una regeneración ética como la que México requiere debe ser asumida con toda entereza por el jefe de Estado.

El Presidente de la República, al rendir protesta, deberá “guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen”, lo cual indica que tan respetable es un artículo de la Constitución como el último reglamento.

El desprestigio de la Constitución es evidente. No era necesario reformarla para evaluar al magisterio, que es parte de una política pública elemental. Sin embargo, siguiendo la política del espectáculo, se festejó con bombo y platillos el derecho constitucional a recibir una educación de calidad. Retractarse de este mínimo deber constituye una grave irresponsabilidad.

Imprimir un sentido ético a la política se inicia, por elemental lógica, con el cumplimiento de la ley. Hace falta mucha legislación secundaria para integrar el SNA, pero las manifestaciones claras del rompimiento de nuestro orden jurídico hacen que el cacareado Sistema sea ya una criatura sin vida. Prueba de ello es la desconfianza de la ciudadanía.

El contraste entre el México legal y el real es hoy más pronunciado que nunca. El abismo entre normas y conductas y actitudes se profundiza.

Los líderes de la transición no nos dieron una lección de congruencia y de respeto a la ley. Grandes depredadores de la esperanza de un cambio profundo en la vida política nacional son: Cuauhtémoc Cárdenas, en su cerrazón dogmática, al triunfo del PAN en  2000; López Obrador, por su populismo y su desprecio a las instituciones; Vicente Fox y Felipe Calderón, con su falta de habilidad política y su endeble convicción panista; la mezquina clase política priista con su ambición de retornar al poder a cualquier precio; la frivolidad con la que hoy se conduce el gobierno de la República. Desde luego, tampoco es ajena la apatía ciudadana.

Sólo nos puede salvar la rebelión de los buenos. Los malos ganan cuando los buenos no hacen nada. Hay destellos, hay reclamos y, desde luego, viene el gran reto de organizar la protesta civilizada con líderes de autoridad moral.

No quiero soñar demasiado, pero las crisis generan líderes. Se perciben fuerzas dispersas: organizaciones no gubernamentales, sociedad civil, medios críticos. Se vislumbran también tres años de un profundo debate y de grandes desafíos. Todos vamos a estar ocupados y, siguiendo el proverbio chino, nadie se aburrirá.


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