Sistema anticorrupción: no será varita mágica

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Hará unos cincuenta años, que la frase “revolución de las expectativas crecientes”, se hizo popular en medios de ciencia económica. ¿A qué se refería? a que las personas en países en desarrollo empezaron a esperar más cosas buenas, más cambios, mas “beneficios” pero en menos tiempo. Si los países ricos las tenían ¿por qué no también los pobres, y en cortísimo plazo?

A lo que llevan estas expectativas crecientes, en general, es a la frustración. El mundo no cambia tan rápido en cuanto a la mejora de las condiciones de vida de las mayorías. Los ricos se hacen más ricos y los pobres, en alto grado, permanecen pobres, ésta es la historia económica del mundo. La democracia es más un buen deseo que una realidad, que lenta, lentamente avanza hacia la realización de la voluntad popular, y a veces da saltos hacia atrás.

Algo que debe ser una seria preocupación nuestra es la expectativa ingenua de que un nuevo sistema anticorrupción puesto en marcha acabará de ¡ya! con la corrupción. No es así, no es posible, decir lo contrario es engañarse. No, la lucha anticorrupción tendrá un gran instrumento en el nuevo “sistema”, pero en realidad sólo irá reduciendo lentamente la incidencia de la corrupción en el gobierno.

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¿Por qué será así? Porque las estructuras tan intrincadas e ingeniosamente desarrolladas para robarse los fondos públicos tardarán en irse destruyendo. Las redes de confabulaciones son muy fuertes, y han estado resistiendo los esfuerzos oficiales para desbaratarlas. Lo mismo pasa con el mal uso de los bienes y recursos del Estado. La tarea, lo siento mucho para los optimistas, no es nada fácil.

No, el sistema anticorrupción no será la varita mágica que al ser movida por la autoridad vigilante hará desaparecer la corrupción. Mal hacen los políticos que prometen lo contrario, pues tan sólo con unos meses en vigor, se verá que la corrupción no se acaba, aunque irá disminuyendo. ¡Frustración social!

Para empezar, se necesitan órganos de vigilancia, de auditoría, de control fortalecidos, tanto a nivel de contralorías internas, de auditorías gubernamentales, de auditores externos, como de la Auditoría Superior de la Federación. Por supuesto que esto llevará cierto tiempo, en reclutar vigilantes más aptos, dar mayor capacitación a los que están o lleguen a estar en los organismos de vigilancia, auditoría y control.

También los sistemas, políticas y mecanismos de control interno deberán irse mejorando, y esto también lleva tiempo. La resistencia al cambio es muy fuerte, en cualquier actividad humana. Sumémosle la indolencia de muchos funcionarios.

Pero la puesta en marcha de nuevos medios para perseguir a los culpables de actos de corrupción ayudará a que los delitos demostrados no se queden durmiendo el sueño de los justos. Cada vez más los culpables, multados, destituidos, inhabilitados y consignados terminarán pagando sus culpas, y el ejemplo de que no será ya tan fácil evadir la Justicia se irá imponiendo.

No hay duda que el nuevo sistema anticorrupción reducirá la corrupción, pero eso dependerá en mucho en la llamada “voluntad política”, es decir en la realización de actos de gobierno que ayuden a controlar el uso y disfrute de los dineros y bienes públicos. Luego vendrá el convencimiento de todas las estructuras de gobierno de que será posible, más que antes, reducir los actos de corrupción.

La presión social de organismos de la sociedad civil sobre todo, para que las leyes se apliquen, para que aumente seriamente el control interno, será indispensable. También el aumento sensible de la denuncia. Lo más difícil será que los partidos políticos se apliquen a combatir la corrupción, ya que cuando les toque señalar, consignar y castigar a algunos de sus miembros más notables, tendrán que tragarse “el costo político”, con la consiguiente pérdida posible de votos.

Como una de las formas de la delincuencia, los hechos de corrupción nunca se acabarán, creer lo contrario es una inocentada. Siempre habrá quien se preste al robo de bienes públicos, quien lo tolere o no le importe, que al cabo, reflexionarán, ello es parte “de la naturaleza humana” o de “a mí qué me afecta”.

Es muy importante destacar el valor político-social y económico de un nuevo y buen sistema nacional de lucha contra la corrupción, sí. Sin duda que ayudará al país a evitar muchos de los robos de fondos y otros recursos del Estado. Pero lo que es importante es destacar que esto no va a suceder en automático: tenemos nuevas leyes y… Voilà! ¡Se acabó la corrupción! Pues no.

El proceso socio-político de control anticorrupción llevará su tiempo, y esto debe quedarle claro a la ciudadanía, y sobre todo a los llamados “líderes de opinión”, muchos de los cuales esperarán resultados inmediatos y más que notables, y reclamarán que “no pasa nada” cuando no lo vean a corto plazo.

Es importante concientizar al país que la vida no funciona así, de pronto, como un Tsunami que barre la corrupción y la deshonestidad. No podemos, no debemos crear expectativas de gran impacto político momentáneo y que se convertirán en grandes frustraciones sociales por la ausencia del inmediatismo en resultados.

La lucha contra la corrupción, con mejores armas legales y mejores organismos de control, darán al país menores índices de delitos de corrupción, y sobre todo mayores índices de castigo a los culpables y recuperación en lo posible de lo robado. Esto sí podemos esperar… pero con tiempo, suficiente tiempo, no de ¡ya!


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