Si todos ganan, México pierde

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Salvo honrosas excepciones, líderes políticos y partidistas se han declarado ganadores en las más recientes elecciones, incluso algunos de ellos llenan espacios en medios de comunicación con un ánimo y tono triunfalista.

Y no es por echar a perder la fiesta, menos aun cuando una buena parte de los triunfos electorales implican un gran esfuerzo, trabajo, audacia, riesgo, compromiso y, más que nada, el voto de los ciudadanos. Cuando se retoma todo eso es legítimo celebrar.

Pero si lo que prevalece en los actores políticos es un ánimo triunfalista, entonces el gran riesgo para México y nuestra democracia es: “si nos fue tan bien, ¿para qué cambiar?”.

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Si la autoridad electoral cumplió con creces, entonces para qué hacer ajustes a una ley electoral que en algunas de sus disposiciones ha debilitado la institucionalidad del árbitro electoral.

Si los resultados fueron favorables a costa de lo que sea, entonces para qué legislar frente a la sistemática violación a la ley por cada llamada telefónica intervenida, filtrada e incluso editada, para ser difundida ampliamente en diversos medios de comunicación. Y además sin que lo dicho tenga consecuencia alguna, aun en casos reveladores de actos de corrupción.

Si todos se sienten ganadores, resultara inútil cuestionarse sobre fotografías publicadas en primera plana acusando a candidatos o familiares de tener vínculos con la delincuencia o el crimen organizado, para después caer en la cuenta de que todo era un error, pero “palo dado ni Dios lo quita”.

Para qué modificar actitudes, violaciones cotidianas a la legislación electoral, opacidad, si al final se logra ganar, bajo la premisa de que en el amor y la política todo se vale: compra de votos, amenazas, chantajes, desacato cotidiano a los mandatos del INE.

Si frente a las urnas los ciudadanos favorecieron a tal o cual partido, y lejos de asumirse como una apuesta de confianza temporal para gobernar con rendición de cuentas y apego a la ley, se mira esta victoria como el logro de un botín de reparto de puestos y enriquecimiento ilícito, resultará una pérdida de tiempo responder al hartazgo y reclamo de amplios sectores de la población.

Si dar por hecho que declararse candidato independiente es en automático sinónimo de espíritu democrático y honradez a toda prueba, corremos el riesgo de que una vía democrática que un buen número de mexicanos consideramos altamente positiva, se empiece a pervertir con candidaturas que pretendan borrar en unas cuantas horas la historia de su vida y como por arte de magia den un salto a la trinchera ciudadana. Por supuesto que pueden presentarse candidaturas genuinamente independientes, aun habiendo sido parte de una estructura partidista, cuando dicha persona sea independiente de todos los vicios que lastiman la dignidad en el ejercicio de la política, pero es ingenuo y riesgoso asumir que ser independiente sea sinónimo de ciudadanía y buen gobierno.

Si en nada nos lastiman las amenazas que sufren algunos candidatos o incluso la pérdida de sus vidas, podemos esperar escenarios cada vez más permisivos y violentos de grupos delincuenciales que cometieron todo tipo de actos vandálicos con absoluta impunidad.

Si los triunfos dados por la ciudadanía en las urnas se intentan convertir en plataformas personales o de grupos al interior de los partidos, habrá una enorme frustración de aquellos militantes que creen en mejores maneras de hacer política. Algunas derrotas de candidaturas competitivas se explican más por divisiones internas, y abandono de sus partidos, que por la voluntad de los ciudadanos en las urnas.

Este reciente proceso electoral ha dejado también grandes y buenas lecciones, en especial las de una ciudadanía que cuando se resuelve salir a votar logra transformaciones y triunfos que hace meses parecían inauditos, imposibles o al menos muy difíciles de conseguir.

Sería inadmisible llegar a una siguiente elección sin haber trabajado en recomponer y tomar cartas en el asunto para fortalecer los partidos, las instituciones electorales, para escuchar las voces de reclamo y de exigencia de cambio en muchos terrenos que los mexicanos con su voto demandaron a la clase política, a medios de comunicación, a casas encuestadoras, a gobernantes y también a otro amplio sector de la población que eligió la indiferencia y la renuncia para decidir sobre su futuro.


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