Para muchos especialistas, la institución de la familia es uno de los principales blancos de la bancarrota ética y moral que afecta a amplios sectores de la sociedad moderna.
El tema mueve a reflexión: desde tiempos inmemoriales se acepta que la familia es el cauce institucional mediante el cual los seres humanos se integran a la sociedad. En su célebre libro La ciudad antigua, el historiador francés Numa Fustel de Coulanges (siglo XIX) describe cómo en la antigua Grecia y en la Italia de los romanos, nació el hogar doméstico. Para el romano Marco Tulio Cicerón (siglo II a.C.), la familia era “el principio de la ciudad y la semilla del Estado”.
Dos mil años después, el 15 de mayo de 1993, la ONU promovió la celebración mundial del Día Internacional de la Familia, dos años después que señalara que la familia es “la democracia más pequeña en el corazón de la sociedad”. En México, el Día de la Familia se instituyó en 2005 el primer domingo de marzo. Como jefe delegacional en Benito Juárez encabecé los esfuerzos para adherirnos a esta iniciativa y obtuvimos una gran respuesta de las familias locales y del DF, con actividades de convivencia y exhaltación de los valores que constituyen el núcleo social más importante de nuestro país.
Ciertamente, es en la familia donde se originan y se aprenden valores como la tolerancia, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación, el respeto a las decisiones que se adoptan por mayoría, el amor y la comprensión, por citar sólo algunas de ellas.
La institución familiar se ha visto afectada por crisis diversas en el curso de décadas y hasta de siglos. La crisis más profunda y reciente para nosotros fue la llamada “crisis de desintegración” en la década de los 70, que tuvo válvulas de supuesto refugio en el consumo de algunos estupefacientes, particularmente la mariguana y los hongos alucinógenos. Pero también y por fortuna, tuvo vías de canalización positiva como el deporte.
En la familia confluyen dos factores que conforman un tema de interés común: la salud física y la salud mental. Factores cuyo fortalecimiento deben formar parte de una política de Estado en toda república democrática. ¿Por qué? Porque la forma en que reacciona la familia ante una crisis de salud en cualquiera de sus integrantes, puede significar la fuente de dos valores esenciales para el futuro familiar: la solidaridad y la unidad emocional. En otras palabras, así se puede fortalecer o debilitar la salud familiar, como se puede fortalecer o debilitar una sociedad.
En el empeño de lograr salud física para la familia, pensamos también en el deporte y el ejercicio. Está más que probado que el ejercicio físico mejora el funcionamiento, la rapidez y la eficiencia de la mente y muchas cosas más. Es decisivo en la prevención de enfermedades como la obesidad, la hipertensión y la diabetes. Mejora el sueño y disminuye el colesterol. Produce, además sensación de bienestar, estabilidad y optimismo en general, buen estado de ánimo y agilidad intelectual, aparte de eficiencia cardiaca, relajación, resistencia y fortaleza muscular.
El hacer deporte o ejercicio, en cualquiera de sus manifestaciones, promueve el desarrollo de la persona en todas sus esferas: individual, colectiva, familiar y social. Es casi imposible toparse con personas que tengan la disciplina del deporte y en sus familias, y que al mismo tiempo estén emproblemadas en el vicio y la violencia tan comunes hoy en día.
Por si fuera poco, añadiré un valor adicional del que deriva una enseñanza magnífica para la perseverante búsqueda del bien común: se aprende a trabajar en equipo y a fortalecer los lazos familiares y comunitarios.
Muchos han sido los esfuerzos que se han hecho para promover políticas públicas relacionadas con el deporte o el ejercicio, a todas luces insuficientes, pues la problemática de salud es evidente. El tema, ahí está y estoy convencido de que su tratamiento tiene que ser diferente, y por supuesto debiese ser en familia.
¿Usted qué justificación tiene para no hacerlo?
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