Controversial es poco. Enrique Peña Nieto ha presentado una iniciativa constitucional apartada del sentimiento nacional y francamente carente de racionalidad legislativa. El tema: extender los derechos de los llamados “gays” a territorios que no les corresponden.
Propone incorporar a la Constitución el matrimonio y la adopción de niños como derechos humanos de los homosexuales. Ya encarrerado, propone que los niños reciban una educación en la que se les ofrezca un menú acerca de qué identidad quieren adoptar. Naciste varoncito, ¿pero no te gustaría mejor ser niña?
¿De qué sombrero farandulero sacan la idea de que los niños tienen el derecho a escoger su género?
Casi no puedo creer lo que está proponiendo. De ser un país machista, estaríamos yéndonos al otro extremo de los extremos. Las estrategias extremistas no solo piden respeto, bueno sería. Su meta es lograr que el Gobierno les ayude a multiplicarse rápidamente.
Desde el punto de vista legislativo, esta iniciativa es bastante descabellada. Se supone que la ley es el mínimo moral de una sociedad. Se expiden para asegurar la protección de ciertos valores aceptados por la generalidad. Es correcto que proteja los derechos de las minorías, pero aquí se plantea lo opuesto: que una minúscula minoría imponga su criterios muy particulares a una gran mayoría.
Al afirmar que solo está formalizando lo que la Corte ya decidió, el Presidente pone la carreta delante de los bueyes. Reprueba en materia constitucional. La Corte interpreta, no legisla. Curioso que tomen referencia las exigencias de unos cuantos, cuando es fecha que los derechos políticos siguen ninguneados.
Antes de escribir esto, un amigo me habló de que en un mundo futuro la ciencia producirá hijos biológicos de dos hombres o de dos mujeres. Rebotamos argumentos y hubo uno que nunca pudo rebatirme. Es este:
Los niños son como de plastilina. Sus cerebros pueden moldearse fácilmente. Si un niño convive con padres homosexuales, le pregunté, ¿aumenta la probabilidad de que se torne homosexual? Si la respuesta es que sí, entonces esta es una forma de violentar la vocación natural del niño.
Me doy cuenta que es un tema muy difícil y que las discusiones que propicié en mi Facebook degeneran rápidamente hacia los insultos o descalificaciones personales. Si yo afirmo: usar la palabra “matrimonio” provoca confusión, porque el Código Cvil ya la define como unión de personas de distinto sexo, no obtengo un contra-argumento, sino una descalificación en lo personal.
Si afirmo que el derecho a la adopción es un derecho de los niños, no de la pareja que los va a adoptar, me contestan cosas como “eso lo piensas porque no sabes lo que se siente ser discriminado”.
No dudo que haya quienes piensen que en esta materia no se requiere pensar con lógica, sino que se ganan argumentos con pura pasión. En este terreno hay que reconocer que la comunidad lésbico-gay hacen mucho más que otros grupos también oprimidos o incomprendidos socialmente.
El problema es entonces, ¿cómo calibrar las leyes para que sean justas y no provoquen efectos secundarios indeseados?
Un criterio muy válido para resolver los planteamientos encontrados en este tema es minimizar el sufrimiento humano. No creo que corresponda al Gobierno crear un ambiente que propicie que millones de niños tengan dudas sobre su identidad. ¿Para qué provocar en la escuela un problema donde no lo existe?
Producir niños de laboratorio nunca podrá ser normal. Millones de años de evolución del ADN lo hacen casi imposible. Descartar los valores religiosos tampoco será fácil. Están validados por un proceso de prueba y error que tomó milenios en desarrollarse.
Estamos preprogramados genéticamente para ser más felices, y mejores personas teniendo un padre y una madre que eduquen y apoyen y sean amorosos. La existencia de feromonas, las ataduras biológicos invisibles, lo confirman. Hagan experimentos con otra cosa, sin torcer la naturaleza.
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