Impunidad, una realidad lacerante

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“El día lunes 4 de abril mi hijo Eduardo regresaba de la universidad a las 22:30 horas aproximadamente. Al meter la llave del portón para entrar a casa, un joven lo abrazó por la espalda diciéndole que no hiciera nada y que fingiera que eran amigos, lo llevó abrazado hasta llegar a media calle donde lo despojó de sus pertenencias: mochila, reloj, teléfono celular, cartera con identificaciones, etcétera, y le dijo que si hacia cualquier movimiento en falso o gritaba, le daría un balazo. Eduardo le dio todas sus pertenencias y el joven delincuente lo obligó a sentarse en la banqueta y le pidió que no volteara, ni hiciera nada hasta que pasaran cinco minutos, acto seguido, el ladrón, al cual ya lo esperaban sus cómplices en un automóvil, se marcharon a toda prisa.

Cuando esto sucedió, un vecino al percatarse del asalto desde su ventana, bajó rápidamente para auxiliar a Eduardo y lo que hizo fue pedir ayuda al 060 para solicitar una patrulla; le respondieron que la patrulla llegaría en cinco minutos, y ooooh sorpresa!!!!! La patrulla nunca llegó.

No dándose por vencido, hizo tres llamadas más al 060 y lo que decían es que no nos moviéramos de ahí, que ya no tardaba la patrulla. Total que pasaron 40 minutos aproximadamente y al no tener respuesta decidimos caminar hacia la avenida principal para parar alguna patrulla, pasaron como 3 patrullas, incluso una motocicleta con un policía y por más señas que hicimos, nadie se detuvo, entonces decidimos ir a una plaza que está muy cerca de donde vivimos, porque ahí siempre hay por lo menos una patrulla, y justo ese día no había ninguna.

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Finamente encontramos una patrulla, la cual tenía las placas DF-117-S1, que se apiadó de nosotros y nos acompañó al lugar de los hechos y –en lo que sucedió todo esto que estoy contando– Eduardo ubicó a través de GPS su celular, es decir, en todo momento supo por dónde iban los ladrones y esa información se la dimos a la patrulla para que nos ayudaran a ubicarlos, pero lo que pensábamos que iba a ser un acto de autoridad y protección a las víctimas, sólo fue una decepción más, porque aún teniendo la ubicación de estos delincuentes no quisieron hacerlo, argumentando que esa zona ya no pertenecía a su jurisdicción. Los policías de esta patrulla no hicieron el mínimo esfuerzo por ayudarnos, su indiferencia fue absoluta.

Sentí impotencia, frustración, coraje, porque no daba crédito a que teniendo la ubicación de los ladrones por casi dos horas, la policía, “nuestra policía”, no quiso ayudarnos.

Terminamos acudiendo al Ministerio Público más cercano a nuestro domicilio, sólo para que nos dijeran que ahí no nos correspondía, que teníamos que acudir al que de acuerdo a nuestra dirección nos correspondía, por lo que acudimos al Ministerio Público que nos indicaron. Al llegar algunos policías fueron muy amables, les dijimos que en la calle había una cámara de vigilancia, que si podrían checar y después de revisar el video, dijeron que lamentablemente la cámara estaba enfocada en otra dirección. En ese momento decidieron ir con Eduardo y uno de mis hermanos a la dirección que tenía registrada el GPS, pero para ese momento ya habían apagado el celular de mi hijo y fue imposible rastrearlos.

Finalmente y después de un peregrinar muy largo, frustrante, doloroso y vergonzante ante la negligencia de nuestras autoridades que pudiéndonos ayudar, no lo hicieron, abrimos la puerta de nuestro hogar ya casi al amanecer.

Lo más importante es que mi hijo está bien y le agradezco a Dios que sólo fue un susto, pero mi impotencia, frustración y coraje están dentro de mi gritando que !!!!no es justo!!!!!”.

Este es el testimonio de una de mis colaboradoras más cercanas que con enorme frustración y coraje vivió al lado de su hijo este viacrucis.

Cuando encontraron la disposición de algunos policías para cumplir con su deber, los procesos fallaron y ya nada pudieron hacer. Cuando teniendo ubicados a los ladrones la autoridad se negó a ir por ellos o a colaborar para que fueran atrapados, les dieron con la puerta en las narices o aun peor: la autoridad cómplice de los victimarios y atando de manos a las víctimas.

Entre tantos rostros de la pobreza, es justo la pobreza en el ejercicio del Estado de derecho la que más lacera, la que mayores daños provoca, porque frente a la ley son muy pocos los que encuentran respuestas justas y oportunas, y la gran mayoría de la población termina siendo tratada con desprecio y con abuso.

La pobreza de la sociedad seguirá creciendo y el hartazgo hacia las instituciones, las autoridades y los políticos avanzará peligrosamente, ya que ese es el campo más fértil para falsos mesías, populismos o demagogos.


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