Reflexión sobre la justicia en la economía

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Hay que tener cuidado con depositar demasiada confianza en lo convencional de nuestra actividad. Esto nos lleva a no cambiar ni de costumbres ni de metas. El asunto tiene que ver con los esquemas que hace siglos utilizamos como motores de la producción y que se nos presentan como normales.

Los hechos indican que repetir los esquemas que han guiado los negocios y nuestras relaciones económicas con la comunidad no conduce a mejorar nuestras condiciones de vida, ni en lo social ni en lo individual. Los modelos de producción que norman esta actividad están generando desigualdades e inquietudes que amenazan la supervivencia misma de nuestras comunidades.

El tema es social. Si es sincero nuestro deseo de acabar con las injusticias y la brecha que se abre entre ricos y pobres o entre ignorantes y educados, el camino que estamos utilizando y que constantemente buscamos perfeccionar simplemente nos lleva a agravar las situaciones que juzgamos censurables e inestables.

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Los datos recientes de la Cepal confirman que no sólo es el índice de pobreza el que está aumentando en América Latina y en México, sino también el número de desamparados. Los programas diseñados para combatir la pobreza no están venciendo el problema y son ineficaces porque luchan contra conductas individuales y generales que no pueden sino abocar en un reparto desequilibrado de la riqueza. No puede esperarse otro resultado. Si estamos, sin embargo, íntimamente convencidos de que las fórmulas que usamos para organizar nuestra actividad económica son las más racionales y convenientes, sin alternativas posibles o aceptables y que sus efectos nocivos son inevitables, es claro que continuar con ellas hará que persistan los mismos resultados y las peligrosas brechas sociales que condenamos.

Siempre habrá pobreza en cualquier comunidad, desde la más primitiva y pequeña hasta una megalópolis. La explicación está en las diferencias de capacidad y posibilidad de unos y de otros para aprovechar los recursos que los rodean. Las fórmulas que empleamos para realizar ese aprovechamiento acentúan estas diferencias, escindiendo la unidad comunitaria que debiera conciliar grados de eficiencia, uniendo a los que realizan el esfuerzo de producción bajo el único objetivo de repartir equitativamente esfuerzos y ganancias. En la práctica, empero, los fines de cada factor de producción, capital y el trabajo son diferentes. Mientras el reparto del producto obtenido suponga que la retribución de uno merma la ganancia del otro, la discordia entre ambos es inevitable.

La inmensa mayoría de unidades productoras en el mundo están basadas en el entendido anterior. Mientras estemos convencidos de la superioridad de tal esquema como el más eficaz para convertir en riqueza común los recursos a nuestra disposición, sean materiales, humanos  o científicos, no podrán evitarse los fatales dilemas del reparto. Las decisiones respectivas siempre discreparán.

La solución a esta realidad no se encontrará mientras las ópticas que tenga cada factor de la producción, trabajo y capital no coincidan en un lograr el reparto equitativo del producto. Aunque este requisito se ha intentado con fórmulas de participación accionaria de los trabajadores en la empresa, sólo existe dentro de un marco cooperativo.

Las cooperativas funcionan exitosamente en muchos países europeos y asiáticos. En nuestro continente son numerosas en Estados Unidos, Canadá y América Latina. En México son muy escasas.

Varios elementos explican el que las cooperativas no se hayan extendido. El principal obstáculo está en el esfuerzo especial que se necesita para sembrar y arraigar la conciencia y conformidad de compartir tareas y ganancias. Es más fácil y expedito constituir una sociedad anónima que reúna a patrones y asalariados bajo reglas que ordenen y disciplinen los respectivos intereses divergentes de  dueños y trabajadores, que fundar una sociedad cooperativa que una a esos dos factores bajo reglas comunes basadas en principios de equidad.

Estos días en que reflexionamos cómo el drama de la Pasión llevó al triunfo de la Resurrección son ocasión también para pensar en qué hacer para que, de la crudeza de los intereses materiales que nos gobiernan, prevalezca la justicia socioeconómica a la que proclamamos aspirar.


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