Recuerdos de la Independencia

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“Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera”. Bajo esta divisa Leona Vicario entregó su fortuna al ejército insurgente y su vida y amor al joven Andrés Quintana Roo.

En estas fechas de fiestas patrias escribo casi el mismo artículo porque me es inevitable pensar en ciertos episodios de nuestros personajes independentistas. Durante años se nos enseñó que nuestros héroes ante nada se detenían, que por donde pisaban, el campo florecía. Individuos con la mirada más allá del horizonte, con el pensamiento claro, la voluntad inquebrantable y la patria en el corazón se dirigían desde pequeños a su misión que cumplían con la inevitable entrega y sacrificio que la labor requería. Esta manera de enseñar la historia lo que logra es no saber nada absolutamente de las personas de carne y hueso. Se nos ocultaron los defectos, los errores, las vidas personales. Se nos entregaban personas de mármol.

Poco a poco es que nos enteramos de que Miguel Hidalgo, aparte de dar el Grito, tenía verdadera vocación por la fiesta, el baile y todo lo que implicara desmadre colectivo. No en balde nombró capitán de su ejército y escolta personal a un criminal como Agustín Marroquín. Liberado de la cárcel al llegar las tropas de Hidalgo a Guadalajara, este hombre que estaba preso por múltiples delitos —incluido el homicidio— encontró en el ejército comandado por el cura un vastísimo campo de acción. Fue quien dirigió los fusilamientos de españoles (hombres, mujeres, ancianos, niños) llevados a cabo todas las noches durante 15 días en la Perla Tapatía. Marroquín fue apresado de nuevo, esta vez junto con su jefe Hidalgo y corrió la misma suerte: fue fusilado y su cabeza colgada en la plaza pública.

Sabemos también (consultar el libro Amores mexicanos de José Manuel Villalpando) que doña Josefa Ortiz era una mujer verdaderamente apasionada en el ámbito de los romances. En lo que para entonces era un verdadero escándalo, doña Josefa y don Miguel Domínguez tuvieron una hija un año antes de celebrar su matrimonio, que se llevó a cabo con ocho meses de embarazo del segundo hijo. Doña Josefa también llevó a cabo su muy personal gesta de Independencia al aceptar los galanteos del mismísimo Ignacio Allende, provocando cualquier cantidad de bromas sobre la persona de don Miguel, que al parecer prestaba su casa para algo más que las reuniones clandestinas en las que se planeaba la Independencia. Para septiembre de 1810, la doña tenía tres meses de embarazo. Josefa Ortiz estuvo prisionera en un convento —en el que a la postre sería enterrada— al que tiempo después llegó a vivir como religiosa una hija de Allende que jamás mencionó el nombre de su madre.

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Una verdadera historia de amor es la de Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. “Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera”. Bajo esta divisa Leona Vicario entregó su fortuna al ejército insurgente y su vida y amor al entonces joven Quintana Roo. Desafiando las convenciones de la época y las advertencias familiares, Leona conseguía información que pasaba a los independentistas y siguió a su amado para ser apresada y entregada por su propio tío. De poco sirvieron los esfuerzos del familiar. Al poco tiempo fue liberada por amigos de Andrés, con quien se casó y, al parecer, fueron muy felices. La leyenda de doña Leona figura incluso en compendios de espionaje. Pero quizá porque su historia es más humana nos la cuentan poco.


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