¿Perdón de víctimas a delincuentes?

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Por: Salvador I. Reding Vidaña

Andrés Manuel pidió a las víctimas de la delincuencia, en especial, se entiende, de la llamada “delincuencia organizada”, la del narco, que no olviden las afrentas, pero que perdonen. La reacción fue de enojo, y muy comprensible. ¿Perdonar, por qué, y la justicia?

Hay que hacer una diferencia. Para los creyentes en el Señor, tal como se recita en el Padrenuestro, pedimos perdón y prometemos “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Pero este perdón, es del corazón, es respecto a nuestra persona y para quienes nos han ofendido, como los que han aterrorizado, amenazado, chantajeado, maltratado, robado, lastimado, secuestrado y asesinado a nuestras familias, nuestra sociedad o simplemente a quienes damos algún tipo de solidaridad por el mal sufrido.

Pero una cosa es perdonar en nuestro corazón lastimado, ofendido, y otra es aceptar o negar que la justicia humana se lleve a cabo. Que quienes son responsables de nuestra seguridad, que es la protección clave de un Estado, de un gobierno, la hagan realidad lo mejor posible, y que se detenga y se castigue a los delincuentes conforme a la Ley. Que libre a la sociedad de los criminales, al menos por unos años, manteniéndolos en prisión.

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Perdonar en el corazón no es sinónimo de aceptar amnistía del Estado a los criminales, son dos planos diferentes. Si el Estado no protege a su pueblo de la delincuencia, ésta arroyará tanto al pueblo como al mismo Estado, imponiendo la ley del terror, como sucede en muchas partes del mundo, incluyendo regiones completas de México.

Quienes viven del crimen, y de él obtienen pingües ganancias o poder, no lo van a dejar porque alguien los perdone, sean ciudadanos o gobernantes. Lo seguirán haciendo, y se reirán del perdón ofrecido o recibido. No se puede ser ingenuo y creer que quienes tienen el corazón corrompido lo cambiarán por un perdón humano.

Olvidar no es asunto de voluntad, la memoria tiene su propio ser; las cosas, los hechos, están grabados en ella, sobre todo cuando han sido altamente significativos, tanto para bien como para mal. El perdón sí es asunto de voluntad, aunque el proceso de perdonar puede ser muy doloroso, somos seres humanos con sentimientos.

Las personas, las familias, podemos perdonar en el corazón, pero el Estado no puede darse ese lujo sin muy poderosas razones, como es el caso de amnistías por ley, cuando con eso se logra la pacificación en largas luchas de una nación. El perdón del Estado no puede darse cuando con ello se mantiene una situación grave de inseguridad del pueblo.

La impunidad no es ninguna respuesta a la inseguridad, el Estado no puede darse el lujo de darla a quienes delinquen contra el pueblo. Que el Estado perdone a los delincuentes y los deje en absoluta libertad de seguir delinquiendo en una aberración, es inaceptable. Perdonar a quien no demuestran ni arrepentimiento ni propósito de enmienda por su conducta delictiva, es una acción contraria al propio ser del Estado, el que sea y a cargo de quien sea.

El perdón de parte de las víctimas, es conforme a la ley divina, a cambio del perdón de nuestras ofensas al Señor, pero en cambio el Estado no puede perdonar por razones de imagen o conveniencia política o económica de quienes ejercen autoridad ejecutiva, legislativa o judicial. El Estado debe proteger a su pueblo, es su principal razón de ser. Para eso está la Justicia, plasmada en las leyes.


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