El PAN es una de las instituciones centrales del siglo XX mexicano. En la convulsa formación del Estado posrevolucionario, fue la conciencia liberal de nuestra sociedad. Uno de los mayores ingenieros de instituciones, Manuel Gómez Morin diseñó una organización para procurar, desde el método democrático, los derechos y libertades fundamentales, la economía de mercado, la solidaridad entre iguales, la subsidiariedad entre desiguales, el control al poder y el imperio de la ley. Un proyecto ético para hacer política: sistema de creencias para direccionar la lucha por el poder, valores para orientar su ejercicio, razones para someterlo a juicio. Política a través de medios legítimos y con constrictores; política de fines superiores al mero impulso de mandar.
El éxito electoral del PAN fue, sin duda, resultado de su congruencia ideológica. Congruencia que no es lectura dogmática de un credo, sino la virtud de adaptar un conjunto de principios a las circunstancias y necesidades de los tiempos. No es la fe que se niega a cuestionar la validez de la creencia propia, sino la actitud de encontrar razones fuertes para actuar y decidir. El PAN fue eficaz para conquistar la confianza de los ciudadanos porque postulaba a mujeres y hombres que ante todo encarnaban ideas y valores. Los principios de doctrina en el bolsillo del pantalón de campaña distinguía a los candidatos panistas de sus contrincantes. Para hablar de educación, Clouthier abría su cuadernillo e iniciaba su discurso citando el principio 9 de la doctrina panista. Ciudadanos haciendo política con una narrativa coherente y consistente, con una misma historia y un mismo sentido de futuro. Una organización que exigía un compromiso fuerte con ese patrimonio ético como requisito de entrada y como plataforma de ascenso. Un partido moral y políticamente exigente con sus integrantes, porque era consciente de que su deber era el buen gobierno y que la responsabilidad democrática, el premio o el castigo, recaería enteramente en la organización. Un partido disciplinado en su acción colectiva, porque advertía que el arribo de uno al poder no era más que una nueva oportunidad en el mejoramiento constante y progresivo de la realidad.
La historia del PAN es el tránsito de una oposición de protesta a una alternativa de gobierno. 75 años de oposición y 68 años con responsabilidades de gobierno. Pocas organizaciones pueden acreditar bienes públicos desde ambas banquetas. El sitio que los ciudadanos han encomendado a los panistas no ha sido factor para asumir o no nuestras responsabilidades. Como toda obra humana, falible y circunstancial, hemos tenido aciertos y cometido errores. La democratización del país y la estabilidad económica son los dos legados centrales del PAN. Coexistir con las estructuras del pasado autoritario y clientelar, y el extravío de la congruencia programática, nuestros dos mayores errores. Por esos aciertos y por el aprendizaje sobre esos errores, el PAN tiene una tarea vigente para México. Su deber es honrar sus legados: salvaguardar el sistema democrático de cualquier intento de restauración autoritaria y cuidar la estabilidad económica de la involución populista. Su reto de futuro es demostrar que puede gobernar sin lógicas de privilegios y sin la impunidad política que se guarece en el pretexto de la gobernabilidad. Demostrar que antes del apetito y las ambiciones de las personas, el partido hace política con principios.
El futuro del PAN no está en volver al pasado. Ese recurso esencialista sirve de consuelo, pero no es hoja de ruta para navegar sobre el futuro. Nuestro pasado puede darnos referentes, pero difícilmente está ahí el instructivo para reconstruirnos. El partido ya cambió y las circunstancias son diametralmente diferentes a los años de la fundación, a los lustros de testimonio, a las décadas del crecimiento electoral o a los tiempos en el gobierno. El PAN ha dejado de ser un partido de cuadros y tiende a ser un partido de masas, por sus esquemas de afiliación y sus métodos de elección de dirigentes y candidatos. No somos ya el único canal de participación ciudadana institucionalizada: el sistema de partidos se ha fragmentado en prácticamente todo el país y las candidaturas independientes son las nuevas alternativas de ciudadanos que antes se acercaban al PAN para participar en política. La narrativa por el tránsito democrático que antes aglutinó a una parte importante de la sociedad en torno al PAN, ha pasado de ser una prioridad a una suerte de rutina relativamente estable. El discurso antipriista no tiene la consistencia cohesiva que abrió las puertas para el arribo al gobierno. Hemos cambiado y todo a nuestro alrededor también ha cambiado.
El futuro del PAN está en el rostro de congruencia programática que antes fue nuestra mayor fortaleza. El destino y el éxito electoral está en adaptar y en traducir nuestros principios en respuestas a la desigualdad, al desafecto por la política, a los riesgos e incertidumbres de la globalidad. Tomar posiciones claras y definidas para dar sentido a nuestra existencia y justificar nuestra presencia en el gobierno. Reanimar nuestra narrativa. Y, sobre todo, portarla nuevamente, con orgullo, en el bolsillo del pantalón.
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