Nosotros lo vimos

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Después de ver torear a José Tomás no se puede decir mucho. El resultado de verlo es el silencio de la satisfacción plena. La certeza de ver al artista pintando en el momento preciso. Tomás es un fenómeno del toreo, por eso la entrada fuera de serie que llenó ayer la Plaza México. Fuimos a ver un milagro, un evento irrepetible, algo que se nos quedará toda la vida.

Los precios de la reventa para verlo no son algo que se dé repetidamente. Los que fuimos ayer sabíamos que era una oportunidad única. Esa minoría castigada que somos los taurinos fuimos ayer uno solo. Una garganta, un sentimiento, una emoción, un olé tras otro, sabemos que ninguno fue igual. Parafraseando a Paco Malgesto sobre Armilla: Enrique Ponce, El Juli, Joselito, Morante, José Mari Manzanares, son estrellas, brillan con su luz, pero José Tomás es el Sol.

De purísima y oro concebido,
Prófugo de la muerte y el olvido…
El caso es que Tomás, en el paseo,
parece Apolo, Lucifer, Orfeo

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A saber qué pase con la fiesta brava en esta novísima Ciudad de México, la corrección política va tras ella. La intolerancia también. Pero con lo visto ayer tenemos para contar una y otra vez que estuvimos ahí, que nosotros lo vimos. Que Tomás es un héroe moderno, un hombre que funde la gracia y el arte con el peligro, que hace de la belleza del animal una pincelada de negro brillante, de rojo natural, templado, lento como el tiempo, profundo hasta decir basta. Da lo mismo gritar que quedarse callado, todo es admirar, aguantar la emoción por la entrega de quien sabe que se debe a ese noble animal que embiste con bravura, que juega y amenaza porque como dice Gabriel Mendoza: los toros no lloran, pero tampoco perdonan.

Asistir a lo irrepetible da la certeza de que se está ante el artista en el momento mismo de la creación. No hay terreno que no pise José Tomás, no hay toro que no conozca, no hay miedo que no respire, ni lance imposible. Todo es forma y color, plástica de la muerte, festejo de la vida, homenaje a la arena que tiembla ante el paso del animal y que sostiene al torero que se convierte en estatua una y otra vez.

Los taurinos seguiremos siendo minoría. Pero ahora sabremos que nadie nos quitará ese sabor, ese recuerdo que se alargará en el tiempo y podremos decir «nosotros lo vimos, estuvimos ahí».

A la hora de fundar la primavera
te cambio mi bombín por tu montera,
tus cicatrices por mis vanidades,
mis meretrices por tus soledades.

Versos de Joaquín Sabina del poema «De purísima y oro», que sirve de prólogo al libro ‘José Tomás, serenata de un amanecer’, de editorial Lunwerg.


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