Los narcocorridos son un fenómeno cultural en México, profundamente arraigado en la historia musical y social del país. Derivan de los corridos tradicionales, que desde el siglo XIX narraban historias de héroes, revolucionarios y eventos populares, adaptándose al contexto moderno para reflejar realidades contemporáneas, como el narcotráfico. Y son considerados un fenómeno cultural por las siguientes consideraciones:
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Evolución de una tradición musical: Los narcocorridos son una rama del corrido, un género que mezcla raíces españolas (el romance) con la narrativa popular mexicana. Desde los años 30, según algunos estudiosos como Juan Ramírez-Pimienta, comenzaron a enfocarse en figuras del narcotráfico, evolucionando con el tiempo para incluir historias de capos, contrabando y violencia, especialmente desde los 80 con figuras como Chalino Sánchez, quien popularizó el género en ambos lados de la frontera México-Estados Unidos. Esta continuidad los convierte en una expresión viva de la tradición oral mexicana.
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Reflejo de realidades sociales: Los narcocorridos narran experiencias de sectores marginados, como los pobres, migrantes o aquellos atrapados en la economía ilegal, ofreciendo una perspectiva cruda sobre la desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades. Aunque a menudo glorifican el estilo de vida narco, también son una forma de catarsis cultural, similar a cómo el blues o el rap expresan luchas sociales en otros contextos. Como dice el académico Miguel Cabañas, son un «producto cultural estigmatizado» que procesa el trauma de la violencia en México, especialmente en regiones como Sinaloa o Chihuahua.
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Impacto en la cultura popular: Más allá de la música, los narcocorridos forman parte de la «narcocultura», que incluye moda (sombreros, botas, joyas ostentosas), cine (narco-películas), series (como Narcos o El Chapo), y hasta prácticas religiosas (como el culto a Jesús Malverde). Esta subcultura, aunque controversial, ha permeado el imaginario colectivo, especialmente entre jóvenes de clases bajas, quienes ven en estas historias una fantasía de poder y éxito, según señala el antropólogo Howard Campbell.
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Polémica y resistencia: Su carácter cultural también se ve en el debate que generan. Mientras algunos los consideran una apología del crimen, otros, como el exsecretario Jorge Castañeda, argumentan que son un intento de la sociedad por «lidiar con el mundo que los rodea». Los intentos de censura, como prohibiciones en estaciones de radio en Baja California o multas a grupos como Los Tigres del Norte, han reforzado su atractivo como «fruto prohibido», ampliando su influencia.
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Alcance transnacional: Los narcocorridos no se limitan a México; se han extendido a países como Guatemala, Colombia y Bolivia, y son populares entre comunidades latinas en Estados Unidos. Su difusión a través de internet, mercados informales y redes sociales ha globalizado esta expresión, consolidándola como un fenómeno cultural que trasciende fronteras.
Sin embargo, no están exentos de críticas. Muchos argumentan que normalizan la violencia y refuerzan estereotipos negativos, especialmente los «corridos tumbados» modernos, que mezclan trap y letras más explícitas. Por ejemplo, un artículo de Diario de Querétaro (2025) menciona iniciativas como «México Canta», impulsada por Claudia Sheinbaum, para contrarrestar su influencia con música que promueva valores positivos.
En conclusión, los narcocorridos son un fenómeno cultural porque encapsulan una narrativa histórica, social y estética que resuena con amplios sectores de la población, aunque su glorificación de la vida narco los hace objeto de controversia. Son, en esencia, un espejo de las contradicciones de la sociedad mexicana moderna, donde la violencia y la resistencia cultural coexisten.
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