Mensaje papal

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¿Podría el Papa, con esa investidura y esa vestimenta, haber asistido al Congreso de la Unión?

 

Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles.
Papa Francisco

En buena medida la historia de México ha sido la lucha entre Iglesia y Estado. Corrijo, entre ultramontanos (para quienes el poder del clero era superior al del Estado) y los jacobinos (que pretendían no tan sólo liberar al Estado, sino combatir a la Iglesia). La última etapa de nuestra independencia la logra Matías de Monteagudo, abogado y sacerdote monárquico, quien en 1820, al restablecer Fernando VII la Constitución de Cádiz, y al ver los intereses de una clase pudiente amenazada (Conspiración de la Profesa), concibe el movimiento que, encabezado por Agustín de Iturbide, logra unos meses después su culminación. Triunfaron los ultramontanos.

 

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Nuestras guerras civiles más cruentas tienen fuertes ingredientes de esa vieja contienda. La Constitución de 1856-57 (concebida por liberales moderados) provocó una reacción para defender prebendas y privilegios. Vendría la Guerra de los Tres Años y el frustrado Imperio de Maximiliano. Al final triunfaron los liberales. Poco les duró el gusto, durante el porfiriato se dio una relación de simulacro y de hipocresía.  En esta contienda hubo un empate.

 

Aunque en las distintas vertientes de la Revolución Mexicana no había un ingrediente de esta vieja lucha, en el Constituyente de Querétaro los jacobinos lograron introducir limitaciones severas a la Iglesia católica, lo cual provocó la Guerra de los Cristeros que concluyó en un acuerdo no escrito en 1929: ambos bandos resolvieron convivir pacíficamente, aunque violando el derecho vigente.

 

Finalmente, la reforma constitucional de 1992 legalizó lo que en los hechos acontecía.

 

Lo anterior viene a cuento ante la agenda papal en Estados Unidos. ¿Podría el Papa, con esa investidura y esa vestimenta, haber asistido al Congreso de la Unión? ¿Se habrían dado los diversos eventos de los que emanaron elocuentes discursos del más alto jerarca católico? 

 

México vive una grave descomposición ético-política, el discurso de nuestros gobernantes y dirigentes partidistas es hueco y carece de credibilidad. Todos los días vemos manifestaciones claras de inconformidad fermentándose en todos los niveles y en contra de todos los órdenes de gobierno. Quien pretenda ocultar esta realidad, simplemente “no entiende que no entiende”.

 

Los discursos papales son consecuencia de una profunda reflexión, de la fe y de la razón para llegar a la conciencia de todo ser humano sin distinción de credo. Obedecen a una gran riqueza interior que se manifiesta en un mensaje claro de humanismo que evoca solidaridad y ánimo para vivir en plenitud. En contraste, el discurso político en México provoca desaliento. No se puede dar algo de lo que se carece, no se puede tomar el micrófono para soltar alguna ocurrencia ni obsesionarse con hablar todos los días para repetir lugares comunes. Por eso me parece que debe haber una reconciliación de la religión y la política, ambas con fines similares y entre las cuales no se deben construir muros. De ninguna manera estoy sugiriendo invasión institucional, pero sí una comunión de propósitos.

 

Nuestra política ha perdido mística y el sentido del deber. Si el Papa ha evitado visitar México, en mucho obedece al propósito de no estar junto a quienes percibe no estan a la altura de los tiempos y que han incurrido en graves fallas de una buena gobernanza. Ante el vacío de asideros de los que México pueda echar mano en esta hora de crisis, debemos, cuando menos, cerrar heridas que demasiada sangre han derramado en nuestro devenir. Como bien dice el pontífice: “Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del servicio que se sirve”.


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