Los que se quejan de intolerancia, no permiten opinar ni en lo accesorio

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Tal vez por mero cálculo electoral, que imaginó favorable a su partido y se dice resultó fallido, en los días previos a las elecciones locales del pasado 5 de junio el presidente Peña Nieto anunció el envío al Congreso de iniciativas de ley para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y otorgarles el derecho a la adopción de infantes.

No se está afirmando que se haya tratado de una ocurrencia así nada más sacada de la chistera, sino de una decisión que seguramente se ponderó, aunque básicamente y hasta con desesperación con ánimo electorero, al percibir una probable debacle del partido gubernamental en las recientes elecciones locales, como efectivamente sucedió.

Quizá pues no fue ocurrencia, pero tampoco se le encuentra antecedentes ciertos. Hasta donde se sabe, no figuran propuestas en esa o parecida dirección ni en la plataforma política priísta para la elección presidencial de 2012 ni para los comicios legislativos del 2015.

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Menos aún en el hoy olvidado “Pacto por México”. Bueno, ni siquiera insinuación alguna en esa línea. Si se trata entonces de propuestas que razonablemente no se veían venir, ¿por qué intempestivamente se presentan? ¿Cuál fue la razón de que, si ya existían en proyecto, se les haya ocultado?

Quede claro que no se está cuestionando la facultad –la Constitución utiliza la palabra derecho- del Ejecutivo a presentar iniciativas de ley, sino el modo escogido para hacerlo, cuando se trata de temas delicados y que por su importancia más conviene procesar con sensibilidad y prudencia. Por no hacerlo así, luego se tienen consecuencias que en nada favorecen la buena armonía que debe prevalecer en la sociedad, con mayor razón si ésta se encuentra agraviada por múltiples causas y por ende malhumorada.

¿Qué tanto influyó esa iniciativa presidencial en los resultados de las elecciones locales del pasado 5 de junio? Con razonable certeza no lo sabemos y lo más probable es que nunca lo lleguemos a saber.

En la Inglaterra de postguerra, poco después de cada elección general en ese país se publicaba un enorme volumen con estudios muy completos sobre lo sucedido, realizados por los más reconocidos especialistas en la materia y mediante la aplicación de las mejores técnicas de análisis entonces conocidas, para tratar de explicar el comportamiento del electorado inglés, así como las motivaciones que lo hicieron votar como lo hizo en cada elección general. Se trató de dar bases rigurosamente científicas a dichos estudios y conformar una disciplina que se dio en llamar cefología. Hasta donde sé, nada sistemático ni remotamente parecido hay o ha habido en nuestro país, convertido –puro mercantilismo- en el paraíso de las encuestas electorales chafas.

Casi inmediatamente después de conocerse el resultado de los comicios del pasado domingo 5, se fueron también conociendo diversas opiniones sobre el impacto que en aquél tuvo la propuesta presidencial. En el sentido de que sí influyeron en perjuicio del PRI han opinado el candidato triunfador panista a la gubernatura de Aguascalientes, el obispo de Veracruz, el semanario de la arquidiócesis primada y algunos otros personajes más. Por haber opinado así, se les ha hecho objeto de furiosa campaña de linchamiento público, no tanto por la declaración en sí sino por el tema de fondo, que desde su perspectiva no admite discusión. Dicen hablar contra la intolerancia y lo hacen en un plan de intolerancia mayor. Así, no se va a llegar a ningún lado.

El licenciado Francisco Labastida, candidato presidencial priista el año 2000, expresó la misma opinión, a la que curiosamente no se le dio mayor difusión ni ha sido objeto de comentarios y mucho menos compartido él el linchamiento de los otros. Qué extraño.


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