Los cambios deben ser para mejorar

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En el escenario público, las elecciones periódicas sirven, en esencia, para decidir y definir el futuro de gobierno que anhelamos los ciudadanos. Hay 3 posibilidades detrás de nuestra intención de votar: a) dar continuidad al gobierno en curso; b) provocar una transición a cambios graduales, castigando el mal ejercicio de gobierno o apostando por alternativas mejores en el escenario; o c) forzar un cambio democrático, aunque cercano a la ruptura.

En México debemos ya desde ahora vislumbrar el 2024 como la oportunidad de que las elecciones para renovar el gobierno federal y las cámaras de Senadores y de Diputados, además de varias gobernaturas de estados y de múltiples cargos de elección popular locales. Dicho proceso electoral debería desembocar en un profundo y racional análisis de los hechos y de los logros o errores de los gobiernos que tenemos. Sería útil detenernos y evaluar, comparar, ver opciones y alternativas posibles y ejercer nuestra ciudadanía activa, nuestro derecho a elegir, con madurez, con responsabilidad y buen juicio.

De entrada, casi nadie puede oponerse a las oportunidades de cambio. La simple renovación de autoridades es un cambio que fortalece al sistema y refresca a la administración pública, actualiza el reparto y distribución del poder y redibuja los equilibrios y las fuerzas políticas en el país. Lo cierto es que estamos en el final del sexenio actual, y aunque se sigue festejando que se ganó la elección de 2018, el cambio no produjo buenos resultados en temas agudos y urgentes de resolución como lo son la impunidad, la injusticia, la pobreza, los desequilibrios regionales en el país, el empoderamiento de los carteles criminales, la educación y la salud de los mexicanos.

Se ha perdido la calidad de vida. Ahora, el temor, la angustia, el estrés y el desánimo social, han aumentado entre la población mexicana. El presidente diario nos dice que vamos bien, pero el dinero en la bolsa es cada vez menos, la dificultad para sobrellevar los gastos de una familia aumenta. La creciente y crónica corrupción que tiene invadido al gobierno mexicano, irrita y ofende. El cinismo con el que los miembros de este gobierno de la cuarta transformación no es igual a los anteriores, sino peor, pues es más descarado, más desvergonzado, más abusivo, con más lujos, con más privilegios, con evidencias a la vista de todos pero con la mentira y el engaño proferidos temprano en mañaneras con show, que a algunos divierte, a otros emociona pero que a nadie aclaran los errores de este gobierno, las fallas evidentes, los abusos perversos en la promoción y propaganda de éxitos falsos, de obras mal hechas, de cuentos chinos que no pueden dar satisfacción a quienes logran darse cuenta del engaño oficialista.

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Si todo fuera bien, que bueno fuera que prosiguieran. A ello habría poca oposición. El caso es que México va mal y cae en picada. El riesgo de colapso es enorme. El fantasma de la inflación, ronda y atemoriza a López Obrados y a sus incondicionales, que se ven amenazados ante la posibilidad de ser desenmascarados de tajo ante los mexicanos. Nadie desea que a México le vaya mal. Yo deseo que haya cambios. Cambios graduales. Devolverle a la patria la vida institucional, el respeto al estado de derecho, la legalidad, la democracia y las libertades ciudadanas en todo lugar y situación. Reintegrar el combate a la corrupción, la rendición de cuentas y la transparencia al gobierno, que este sexenio masacró y canceló en los hechos. Necesitamos cambiar a México, para que nos vaya bien a todos. A mi juicio, el cambio de 2018 ni sirvió ni debe prolongarse más. Urgen nuevas opciones.


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