Es buena noticia el inicio de un nuevo episodio de diálogo político en nuestro país. En la reunión de los dirigentes y funcionarios de elección popular del PAN con el secretario de Gobernación, se acordó instalar a partir del 10 enero de 2022, siete mesas de trabajo.
Abordarán los temas: generación de empleos, pobreza, desigualdad, abasto de medicamentos, freno a la polarización, despolitizar la impartición de justicia, detener las presiones a la Suprema Corte y los ataques a las instituciones y universidades, transparencia en las obras públicas y política ambiental.
Cuando se inician pláticas entre fuerzas políticas confrontadas, abundan comentarios escépticos y radicales.
Los primeros, vista la conducta previamente observada por los dialogantes, niegan cualquier posibilidad de alcanzar acuerdos e incluso descalifican la voluntad con la que se participa, se denuncia simulación, engaño, ingenuidad, ganar tiempo, complicidad, esfuerzo inútil.
Los segundos, habituados a procesar toda relación política en la mentalidad sectaria amigo-enemigo, privilegian la aniquilación de los que piensan y tienen intereses diferentes. No admiten la posibilidad de que sus certezas ideológicas puedan ser discutidas y su poder eventualmente disuelto con argumentaciones y demostraciones racionales. Para ellos el diálogo es muestra de debilidad, traición, una aberración, una concertación, un arreglo inmoral.
La historia de la política está escrita entre las líneas de los renglones diálogo-aniquilación; con páginas brillantes o negras según haya prevalecido uno u otro. Sin embargo, nadie podrá negar que las mayores conquistas de los pueblos y los avances más notables de la humanidad se han logrado construyendo soluciones negociadas. Dialogar es civilizar.
Somos testigos de la alarmante degradación que impera en la vida política en México; ciertamente nunca fue un ejemplo de buenas maneras y métodos refinados, pero la incivilidad y vulgaridad de estos últimos años nos regresó a la edad de piedra: el Congreso se convirtió en un pandemónium de insultos y riñas, se sobrepobló de sicofantes; las instituciones arrolladas por el mesianismo, el delirio autoritario o por la lambisconería. Las redes sociales y el clickactivismo construyeron murallas y ciudadelas en las que imperan las posiciones extremas y ultramontanas.
Por ello, el simple anuncio del diálogo entre el PAN y el Gobierno Federal –más allá de la buena fe y las intenciones que animan a los participantes– introduce aire fresco en este ambiente viciado y humillante. Verse cara a cara, en un clima propicio para el razonamiento y la escucha serena de argumentaciones, es una contribución significativa para la rehabilitación de la buena política: la que en unidad dentro de la diversidad genera bienes públicos, para la consecución de objetivos superiores de justicia y libertad.
El presidente López Obrador, representado por su secretario Adán Augusto López Hernández, y los dirigentes de Acción Nacional han dado un paso trascendente que podría llegar a ser histórico; aceptaron comenzar a declinar el verbo dialogar: encontrarse, escucharse y desde sus diferencias, tratar de encontrar convergencias para construir soluciones a los problemas de la nación, que es lo que único que importa.
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