Lo que no está mal, está al revés

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Al primero que tendrá que convencer el gobierno es al PRI, que desechó las mismas propuestas hace unos años. Y es que en política todo se paga: su cinismo de entonces lo pagan con la urgencia de hoy.

Algo pasa en diversos ámbitos que las cosas que no están mal, están al revés. Son múltiples los textos y comentarios que hemos podido leer en estos días en los que priva el asombro y la desesperanza. La nulidad comunicativa se ha vuelto una especialidad del gobierno en estas semanas. De la mano va la pasividad de la oposición —provocada por su propia miseria moral, pues el PRD no puede exigir cuestiones de seguridad, ni el PAN de corrupción, los grandes temas del momento—, así que los huecos se llenan con cuestionamientos, planteamientos de todo tipo y mentadas de madre generalizadas. Tiempos difíciles.

El decálogo planteado por el gobierno es visto con suspicacia, si no es que con abierta incredulidad. Quizá porque al primero que tendrá que convencer el gobierno es al PRI, que desechó las mismas propuestas hace unos años. Y es que en política todo se paga: su cinismo de entonces lo pagan con la urgencia de hoy.

Insisto, algo pasa que nadie pide saber en qué andan las investigaciones con Abarca, y el desastre de Guerrero o por qué se incluyó Jalisco en la lista del operativo especial. Ya no es lo del día, sino lo del momento. Uno se entera que el Presidente va a Iguala, luego que no va, después de que sí va pero que a lo mejor no.

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Hasta hace un par de días, para muchos la cosa estaba en si Peña renunciaba o no. Ignoro si alguien pensaba en que esa fuera una solución viable, lo cual está fuera de toda lógica. Quizá el único que quería renunciar era Peña que, seguramente, ya está hasta la madre de tanto problema y de tanta ineptitud a su alrededor.

 Un día estamos en la tragedia demencial del crimen y al otro en la patética carpa de nuestras contradicciones. Nos movemos de manera extraña y ambivalente. Exigimos alto a la violencia en marchas y no se ven pancartas de rechazo a los encapuchados que la ejercen. Nadie exige que detengan a los narcos. Queremos que el Presidente arregle el municipio, pero que respete el pacto federal. La oposición ve de lejitos para no ser juzgada, cuando en cualquier país este sería el momento opositor. Rechazamos a los violentos, pero no queremos que la policía levante sus macanas. Detestamos a la clase política, pero ni siquiera somos capaces de señalar quién es nuestro diputado. Los policías son tundidos por los aficionados de un partido de futbol. Tenemos una autoridad que tiene miedo de serlo. Exigimos la verdad pero estamos dispuestos a creer lo más disparatado, quizá porque a nuestras tragedias le siguen los disparates.

Algo pasa que ni nuestros delincuentes son los que pensamos. Los Abarca, pareja criminal que ordenaba muertes sin piedad, amos y señores de Iguala, huyeron de la ley. Fueron encontrados vestidos de manera formal en la madrugada. No sabemos si el ex alcalde dormía con saco por si se le ofrecía salir a un evento, dar una declaración o entregarse a las autoridades. Sorprendente por ridículo. Nuestros anarquistas tienen también su versión pacotilla. Poseedor de nombre revolucionario como el que más, el joven Sandino lanza bombas Molotov a diestra y siniestra, se manifiesta contra el Estado, organiza y participa en disturbios, es anarquista, promueve la defensa de su identidad encubierta y el ejercicio de actos violentos. Es un vándalo, un anarquista, un delincuente, un aspirante a terrorista al que ¡lo va a recoger su mamá! Ya no los hacen como antes, ni hablar.


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