Lo que los niños nos pueden enseñar

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En la embestida internacional contra la familia, los más perjudicados, por ser los más indefensos, han sido los niños a los que cada vez más se les considera como intrusos, como una carga que impide a sus progenitores gozar de la vida, como enemigos a los que hay que evitar, o suprimirlos cuando su vida ya se ha iniciado.

Las pretensiones oficiales que aparentan ir a la defensa de los menores tienen su receta para prevenir el embarazo de las adolescentes: “pastillazo, condón y si alguno de los dos falla, aborto”.

En los tiempos en que Marcelo Ebrard era jefe de gobierno del Distrito Federal se pretendió imponer a los  niños el estudio de un libro perverso de “educación sexual” –algunos lo llamaron de incitación sexual– en el que se prescribía a los alumnos experimentar todas las formas de ejercer las acciones eróticas para que descubrieran su verdadera personalidad. No creo que existan en México muchos padres capaces de inducir a sus hijas y a sus hijos para que tomen ese camino.

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Un fenómeno que empezó a tomar fuerza a partir de la octava década del siglo pasado es el de los llamados dinks por las siglas en inglés de double income, no kids, es decir, las parejas que conceden el primer lugar al  hedonismo y al consumismo y se ponen de acuerdo para no tener hijos. Llama la atención el hecho de que la mayoría de  las personas que pactan esos acuerdos no son los más pobres sino principalmente miembros de las clases media y alta. Los gurús de la mercadotecnia ya han publicado estudios en los que se aconseja qué bienes y servicios son los más apropiados para ofertárselos a ese sector del consumidores.

Los dinks también han ganado aplausos de quienes los consideran como benefactores de la humanidad por contribuir al freno de la explosión demográfica que según ellos podría provocar devastadoras oleadas de hambre en todo el planeta.  Es el arcaico espantajo de Malthus que de haberse cumplido ya hubiera desaparecido la especie humana.  El profeta del desastre se equivocó porque los hombres inventaron nuevas tecnologías que incrementaron la producción de alimentos a un ritmo mayor que el del aumento de la población.

Si hay hambre en el mundo nos es esencialmente por la falta de alimentos o de posibilidad de producirlos sino por la falta de recursos para adquirirlos; a todos nos consta que hay un enorme desperdicio de víveres que nadie aprovecha, van a dar a la basura y se convierten en un problema sanitario de contaminación.

No es una guerra mundial contra los niños lo que requerimos para resolver los problemas del hambre y de la falta de desarrollo, sino luchar por la solidaridad entre los humanos y ensanchar las oportunidades. Estamos muy lejos de acabarnos los bienes de nuestro planeta, lo que sucede es que están en muy pocas manos.

Necesitamos a los niños no sólo para cumplir con el deber que impone a los casados la ley natural de contribuir a la perpetuación de la especie –los códigos civiles se han ido desentendiendo de esa finalidad del matrimonio al introducirse reformas contra natura– los necesitamos porque son fuente de alegría, lazo de unión de la familia, estímulo para la superación y el progreso del grupo familiar y para recibir las lecciones que son capaces de darnos.

No es una exageración, los niños pueden impartirnos grandes enseñanzas hasta en materia de espiritualidad. Les comparto dos experiencias personales:

Cuando Felipe de Jesús, mi  hijo mayor, tendría unos nueve o diez años me preguntó:

—Papá, ¿sabes tú cómo se llama tu ángel de la guarda?

—No se me había ocurrido que mi ángel custodio pudiera tener un nombre –respondí.

—Pues ponle un nombre.

—¿Para qué?

—Para que lo llames y platiques con él; para que no le digas solamente “oye, ángel”.

—Está bien, de ahora en adelante se va a llamar Constancio porque siento que la constancia es la virtud que más nos hace falta a los mexicanos.

Después me enteré de que el consejo de que cada quien le ponga un nombre a su ángel guardián Felipe lo aprendió en Instituto Chapultepec, de Culiacán. Ya ven cómo sí es no solamente útil sino necesario que la mente de los niños no entre en conflicto por la diferencia de lo que enseñan en la escuela y las creencias que se profesan en el seno de la familia, además de que se respete con rigor el derecho preferente de los padres a escoger el tipo de educación que han de recibir sus hijos, consagrado en el Artículo 29 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas.

Puedo dar testimonio de que la enseñanza de Felipe –una de tantas de las que me dio en su niñez, en su juventud y en su edad adulta– me  fue de gran provecho y de que Constancio, como guarura personal, me ha salido inmejorable.

Hace unos días, le pregunte a Paulina, mi nietecita de cuatro años (no es la menor, hay una más y en total son once nietos) si sabía el Padrenuestro. Me contestó que sí y se puso a rezar: “Papito lindo que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…”

No sé si a Paulina también le enseñaron la oración, que tanto me emocionó, en el colegio. Le platiqué este episodio a un sacerdote sapiente y prudente, amigo mío desde hace muchos años, y él me recomendó:

—Reza tú también el Padrenuestro como lo reza Paulina.

—Pero quién soy yo –le respondí sorprendido y hasta un poco escandalizado– para enmendarle la plana a nuestro Señor Jesucristo.

—Acuérdate de que San Josemaría tiene en su libro “Camino” dos capítulos dedicados a la Infancia espiritual.

Había leído Camino en mi ya lejanísima juventud. Hoy he vuelto a sus páginas venerables y les recomiendo su lectura o su relectura. Recojo unos cuantos párrafos que seguramente les serán de provecho dice –san Josemaría:

*Camino de infancia. —Abandono. —Niñez espiritual. —Todo esto no es una bobería, sino una fuerte y sólida vida cristiana.

*A veces nos sentimos inclinados a hacer pequeñas niñadas. —Son pequeñas obras de maravilla delante de Dios, y, mientras no se introduzca la rutina, serán desde luego esas obras fecundas, como fecundo es siempre el Amor.

*Delante de Dios, que es Eterno, tú eres un niño más chico que, delante de ti, un pequeño de dos años.

Y, además de niño, eres hijo de Dios. —No lo olvides.

Por último uno que me conmovió en mi condición de viejo aprendiz de escribidor que hasta hoy no ha logrado todo lo que hubiera querido en el intento de avanzar en el oficio:

*Cuando quieres hacer las cosas bien, muy bien, resulta que las haces peor.

Humíllate delante de Jesús, diciéndole: —¿Has visto cómo todo lo hago mal?

Pues, si no me ayudas mucho, ¡aún lo haré peor!

Ten compasión de tu niño: mira que quiero escribir cada día una gran plana en el libro de mi vida… Pero, ¡soy tan rudo!, que si el Maestro no me lleva la mano, en lugar de palotes esbeltos salen de mi pluma cosas retorcidas y borrones que no pueden enseñarse a nadie.

Desde ahora, Jesús, escribiremos siempre entre los dos.


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