La imputabilidad recae en personas que gozan de salud y desarrollo mentales. Los locos y los niños no han de ser tenidos por delincuentes, aunque sus conductas sean típicas y punibles, y requieran tratamientos especiales, pero la educación recibida y la cultura que posean los individuos serán los factores que con mayor fuerza determinarán sus percepciones, acciones y omisiones ante las circunstancias que les corresponda vivir.
¿Por qué padecemos actos vandálicos de encapuchados que cometen un sinnúmero de delitos?
¿Por qué en la sociedad, sobre todo “alta”, son frecuentes los abusos y trampas que violan la ley y lesionan a los demás?
Es una la respuesta: para eso fueron educados; recibieron clases y ejemplos para comportarse de esas maneras.
Nadie será criminal por ser pobre o por tener dinero. La conducta solidaria y la antisocial estarán fuertemente decididas por la educación que recibimos y por la cultura que poseemos, no por el mucho o poco dinero del que dispongamos.
¿Por qué son tan altos los índices de violencia que sufre México?
¿Por qué en los negocios y en la política son tan pocos los que honran su palabra y su firma, y hacen un genuino esfuerzo por respetar la ley?
Decir que son consecuencia de la corrupción y la impunidad resulta petición de principio, y tendríamos que preguntarnos: ¿qué genera esos dos gérmenes patógenos —que se nutren el uno del otro— y que producen pobreza, ignorancia, luto y desesperación en nuestra patria? ¿Por qué no logramos un verdadero Estado democrático de Derecho?
Pues, aunque se retuerzan como tlaconetes en sal los que se le fueron a la yugular del presidente Peña —quien por cierto recientemente “creó” dos estados más en la República—, lo evidente es que esas perversidades tienen un alto componente educativo y cultural.
Ello no implica eludir las responsabilidades de las clases directoras y del gobierno, ni que nos sean perfectibles nuestras leyes e instituciones; pero mientras no se correspondan los esfuerzos punitivos del Estado con las responsabilidades de gobernantes y gobernados en la gran cruzada educativa y cultural que con urgencia necesita México, no habrá paz ni bienestar.
Mientras unos padres y maestros enseñen a sus hijos y pupilos a delinquir en las calles; otros les den a los suyos ejemplo de deshonor y de cómo gozar y esconder lo mal habido; y otros más —los más— vivan expectantes y con miedo, todo estará perdido.
Hay otros caminos, como el de la madre y familiares del joven asesinado por la policía de Baltimore. Reclaman al gobierno justicia por el crimen, y a la multitud que cese la violencia. Acertadamente Marín las llama “lecciones lejanas pero universales de dignidad ante la muerte”.
Y qué decir de la madre, también negra, que se introdujo entre la turba que incendiaba vehículos y comercios, y con toda energía se llevó a su hijo al tiempo que le exigía quitarse la capucha y enseñar el rostro.
Mientras haya mujeres y familias así, el mundo algún día será mejor.
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