Lo bueno es que el Presidente está bien de salud. Lo malo es que nos quisieron ocultar una situación –llamémosle irregular– sobre la repentina visita al hospital. Ninguna especulación hubiera tenido cabida si hubieran anunciado que el Presidente se iba a checar –una situación que, según información oficial, fue de rutina– al hospital militar. Una rutina que empezó en la mañana y concluyó no sabemos bien a qué horas, pero que incluyó pasar la noche en el hospital.
La salud del Presidente es una cuestión de interés público. Saber por qué y para qué entra a un hospital es lo mínimo que se debe informar hoy en día. Ya no son tiempos en los que se puedan esconder informaciones como ésas –aunque muchos en el gobierno, incluido el propio Presidente, piensen que es así–. Si todo fue un simple cateterismo, no pasó nada, todo fue previsto y salió conforme a lo planeado, qué bueno: primera cosa que sale así en el gobierno. Aquí el problema fue la comunicación del asunto. ¿Por qué tardar tantas horas en comunicar algo que se supone rutinario en la vida del Presidente? ¿Por qué a cuentagotas? ¿Por qué ocultar que iba a dormir ahí?
Una de las pasiones de nuestro Presidente es la de hablar. No tiene freno ni filtro. “Mi pecho no es bodega” es una de sus frases favoritas para hacer pública cualquier cosa que otra persona manejaría con cierta discreción. Por eso llamó la atención que no anunciara en su evento matutino que iría a una revisión médica. Claro, al final todo resultó satisfactorio, tanto en lo personal como en lo público. El Presidente salió al día siguiente en un video comentando su vista al hospital y qué le dijeron los médicos que lo atendieron. Lo mejor, lo serio –dado que la salud del primer mandatario es un asunto serio–, hubiera sido que alguno de los doctores que lo revisaron diera un informe sobre lo sucedido, lo hecho y el resultado final. Pero no, mejor el Presidente dijo que le comentaron que podía “hacer su vida normal” y “aplicarse a fondo” para lograr la transformación del país. Lo cual significa que el desastre seguirá y “a fondo”.
Para corroborar que el Presidente nada encierra arriba de su pancita, mencionó que tiene hecho un testamento político. Esto significa que el Presidente en su estancia hospitalaria reflexionó –por decirlo de alguna manera– sobre la necesidad de tocar el tema de su fallecimiento, aunque fuera solamente a manera de mención en un video. Dado que se siente amo y señor del destino de este país, el Presidente cree que puede nombrar herederos políticos, ya sea en cargos o en políticas públicas. Al parecer hubiera sido bueno que alargara su estancia con los médicos y que le hicieran una revisión general. Algo no anda bien cuando alguien siente que está llamado inevitablemente a la posteridad y a dejar un legado a la nación. El propio Presidente se preguntó sobre “la posibilidad de la pérdida de mi vida, ¿cómo queda el país? Tiene que garantizarse la gobernabilidad”. Pues, salvo su rancho, solamente le quedará repartir desilusiones, proyectos inconclusos y muchos pleitos. De qué pase con la gobernabilidad se encargan las leyes, que están hechas precisamente para que ningún narciso salga con que seguirá gobernando después de muerto. Aunque claro, queda la posibilidad, como han deslizado algunos malpensados en las redes, que en su testamento le deje todo al Ejército. Y tendría sentido, porque, como dice él: amor con amor se paga.
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