La prevalencia de la democracia

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Joe Biden (L) is sworn in as the 46th president of the United States by Chief Justice John Roberts (R) as his wife Jill Biden (2nd L) holds the Bible and children Ashley and Hunter watch during the 59th Presidential Inauguration at the US Capitol in Washington on January 20, 2021, at the US Capitol in Washington, DC. (Photo by Andrew Harnik / POOL / AFP)

El día de mañana (20 de enero 2021), Estados Unidos abre una nueva etapa en su liderazgo institucional con la toma de posesión de su presidente entrante, Joe Biden. Sin embargo, ésta se dará en un entorno político de notoria inestabilidad e incertidumbre. Un contexto muy distinto al que solemos observar al interior de la primera potencia del planeta, así como del esperado por todos quienes, fuera de ella, pensamos que la democracia es el mejor sistema para promover el bienestar creciente de la humanidad, a partir del reconocimiento de la pluralidad de las sociedades.

Y es que cuatro años atrás, cuando el mundo se despertó con la desoladora noticia de que Donald Trump asumiría como mandatario estadunidense —a pesar de haber perdido la elección frente a Hillary Clinton, por más de casi tres millones de sufragios en el conteo del voto popular— el 20 de enero de 2021 se convirtió, automáticamente para muchos, en la fecha que debería dar oportunidad a sepultar la plataforma política surgida desde la peligrosa ocurrencia e intolerancia que domina en el presidente saliente. Plataforma que, como es de todos conocido, transitó de un conjunto de promesas de campaña a normar cada uno de los mensajes y de las decisiones de gobierno emitidas en su paso por la Casa Blanca.

El problema es que la fecha nos alcanzó con la toma de poder de Joe Biden, pero ésta dista mucho de apegarse a la tradición de la transición pacífica del poder y no significa la sepultura de la plataforma política de Donald Trump. Por el contrario, tras cuatro años de estar alimentando a una base de leales cada vez más radicalizada e incluso adversa a la cúpula del Partido Republicano, esta fuerza social amenaza en el corto plazo, además de la unidad del partido conservador, el convertirse en un movimiento de sabotaje permanente a la gestión de gobierno de Joe Biden, con miras a posibilitar una revancha en los procesos de 2024 bajo la dirección del propio Trump o de uno de sus familiares.

Así lo demostró la cadena de hechos que siguieron al golpe de Estado fallido, en el que varios miles de simpatizantes del mandatario intentaron tomar por asalto el Congreso de Estados Unidos, con el objetivo de impedir el procedimiento legislativo que validaría el triunfo del candidato presidencial demócrata. Poco les importó que el presidente Trump, en un intento de manejo de crisis para evadir los costos políticos de la movilización de la turba y los lamentables muertos resultantes, diera pasos atrás condenando la toma violenta del Capitolio. Para ellos, la única ruta de futuro posible es la trazada por el mandatario saliente.

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De ahí que Donald Trump sabe bien que no ha quedado relegado al olvido. Lo sabe porque los movimientos de extrema derecha lanzaron, en días recientes, nuevos llamados para emprender ataques al Capitolio y a los cincuenta congresos estatales, en el marco de la investidura presidencial de Joe Biden. Éstas y otras amenazas son las que tienen en alerta máxima a Washington, DC, capital en la que se encuentran desplegados miles de efectivos de la Guardia Nacional, así como en la que se mantienen cercados los alrededores del Capitolio con vallas de más de dos metros de altura.

La peligrosidad de los riesgos asociados al activismo de los extremistas llega a tal punto que ayer, en un ensayo de la ceremonia de la toma de protesta de Joe Biden como presidente electo, sus participantes fueron evacuados del lugar y el Capitolio puesto en cierre preventivo por la alerta que provocó el incendio de un albergue para personas sin hogar, el cual se encuentra ubicado a unas cuantas calles del Congreso. La identificación de las causas del incendio sigue bajo investigación mientras se redacta este artículo, pero el suceso da clara evidencia del clima de tensión persistente entre la clase política y las corporaciones de seguridad, dada la capacidad de organización de los radicales.

La democracia estadunidense deberá mantener la guardia arriba con el inminente juicio político contra Donald Trump y el progresivo encarcelamiento de quienes transgredieron el Capitolio. La lección que deja Estados Unidos en los últimos días es que no basta con el reemplazo de los dirigentes políticos que siembran polarización y discordia, sino que es necesario llevar hasta sus últimas consecuencias la persecución legal de quienes ven en la violencia una forma de suplantar el mandato de las mayorías.


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