La llamada

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El escándalo en que estuvo envuelto esta semana Lorenzo Córdova es una muestra más de que las grabaciones ilegales son la llave de la denuncia, del escarnio y del aniquilamiento de la personalidad pública. Nada escapa, en épocas de tensiones como la electoral, al ojo del espía, al ventilador de basura. Todo es publicable, vendible, usable como elemento destructivo.

Las filtraciones siempre han acompañado al periodismo. Los grandes escándalos generalmente salen por alguna filtración. Pero esos son documentos que se convierten en reportajes de largo alcance. Aquí es el golpe cotidiano. Los medios han renunciado a investigar.

Se han convertido en una especie de Facebook de partidos y candidatos donde cuelgan todo lo que quieren sobre el adversario. El ejemplo claro es Reforma, que publicó una foto del hermano del candidato del PAN (ni siquiera el candidato) con un supuesto narco. La nota fue desmentida por el señor Domínguez, que se presentó junto con los que aparecían en la foto: empresarios, no delincuentes. El periódico publicó la nueva foto. Y ni una palabra de explicación o disculpa a los lectores por haber difundido información falsa.

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La llamada de Córdova fue recibida con gran alegría por parte de los adversarios del presidente del INE. A algunos les preocupa el racismo de Córdova, preocupación francamente hipócrita porque no se desprende de la conversación un comentario racista, sino uno más bien burlón y hasta de incredulidad sobre cómo hablaba el representante indígena —un individuo que amenazó con no celebrar elecciones en su territorio si no se le daban diputados—. Eso a nadie le pareció llamativo. A otros les llamó la atención —me incluyo en ellos— el lenguaje junioresco y frívolo de quien ha sido un respetado académico.

La llamada de Córdova es un ejemplo más de la trituradora de personalidades que no deja de funcionar. La conversación pasará al anecdotario y Córdova tendrá problemas mayores al lidiar con todos los partidos y consejeros. Usando sus palabras: no creo que se esté divirtiendo mucho y más bien puede acabar en el siquiátrico.

Juan Molinar. Fue una mente brillante, poderosa. Un hombre de una amplia cultura, de pensamiento agudo. Apasionado de la política y de sí mismo, Juan contribuyó mucho a la vida del PAN. Hombre de lecturas y de sagacidad intelectual hará mucha falta a una dirigencia que se caracteriza por tener aserrín en la cabeza. Juan fue un gran amigo, cuando lo fue; cuando se distanció también lo hizo en grande. De risa fácil, aguantaba las bromas a las que lo sujetábamos en aquel mítico cuarto de guerra de 2006. Hombre de conversación clara, era un buen bebedor y un mejor chef y anfitrión. Un abrazo para Margara, su compañera de siempre, y para sus hijas.


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