La informalidad

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La informalidad se infiltra por doquier. No sólo hablamos de ella en la economía nacional, sino ya está claramente presente en la esfera política. En la economía se nos presenta con una doble careta. Una corresponde al enemigo a perseguir que oculta sus deberes. La otra es la que ocupa a la mitad de la población trabajadora mexicana dándole casa, vestido y sustento.

Gracias a la economía informal la gente tiene empleo remunerador, aunque sin seguridad social ni pensión post retiro.

Si se ha inscrito, empero, en el Seguro Popular o ha abierto una cuenta bancaria, el individuo ya se encuentra a la mitad de su camino socioeconómico de acuerdo con el Coneval. Falta ver si quiere seguir esta vía. Pero precisamente la informalidad es criticada por los que sí pagan impuestos y por los que sí pagan salarios correctos con prestaciones. Los de la economía informal, la careta mala se dice, han entrado a la economía por la puerta falsa.

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En el mundo de la política, la informalidad medra en los intersticios de las normas aprobadas valiéndose de prácticas explotadas, fuera de convencionalismos, logrando resultados que superan lo esperado.

Es el candidato o un grupo que rompe con lo lineal para, sin estructura reconocible, y sin más sustento que su fe en sí mismo, lanzarse a la campaña reuniendo fondos y tejiendo alianzas confiado en que la suerte lo lleve a la victoria. Nuevamente caretas. Una, desordenada y aparentemente caprichosa, la otra, innovadora y progresista. Ninguna formal.

La informalidad en la economía ofrece soluciones oblicuas pero simples a problemas cuyas respuestas correctas son incómodas o costosas. Sólo haciendo que el cumplimiento de la ley sea fácil y atractivo pueden formalizarse esas facetas de la vida social.

Por otra parte, la informalidad en el campo político, que desdeña el rigor institucional, se da con mucha mayor facilidad por razón de la misma esencia libertaria con que esta actividad se desenvuelve. 

Las decisiones del político tocan la suerte y la fortuna de todos y, por ello mismo, sea formal o no, la política se transforma en el factor central de todo el devenir de una comunidad.

La economía y la política informales, como hechos modernos,  llenan espacios que están vacíos, problemas y puntos de la vida real que siguen largo tiempo en suspenso.

La informalidad en lo económico y en lo político parecerían fenómenos inconexos. No lo son. La comunidad mexicana  es un todo integral. La falla de cualquier pieza debilita a las demás. Esto no significa que la entidad nacional esté, o deba estar, tan rígidamente compuesta que no haya espacio para iniciativas y ajustes. La informalidad no es condenable. Ningún sistema socioeconómico puede sobrevivir sin la flexibilidad que admita novedades, y a la política corresponde la tarea de articular los cambios. La informalidad es un canal que permite expresar lo creativo y, por lo mismo, es elemento para que progresemos en cualquiera actividad personal o colectiva. Su mera posibilidad es sinónimo de lo dinámico, y que las cosas no se estanquen en lo que ya se conoce. La informalidad liberadora de la rigidez institucional germina innovación y debe ser tomada en cuenta en la educación escolar para dar cauce positivo a la tentación por lo anárquico que anida en cualquiera juventud inquieta.   

Hay que mantener siempre vigente la posibilidad de que los que tengan algo valioso que decir o aportar lo hagan con libertad. La informalidad, bien entendida, es nuestra aliada.


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