La fuerza de la unión

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Este año tendremos elecciones federales, se renovará la Cámara Baja del Congreso de la Unión, amén de las que tendrán a la vez algunas entidades federativas en las que elegirán gubernaturas, alcaldías y o diputaciones locales. De modo que abundarán las campañas – desde ya las precampañas arrancaron – y la ciudadanía va a escuchar a mañana, tarde y noche, las ofertas políticas de los candidatos de los partidos contendientes.

En el partido en el que milito tenemos todo un reto por delante, a más del natural trajín de cada una de las fases del proceso eleccionario, nuestro desafío es de fondo, de decisiones vinculadas con nuestras acciones interiores que se proyectan hacia el exterior, también de conductas y de actitudes, que el elector ponderará para definir si va con el PAN o no va.

Mi preocupación, como militante de Acción Nacional, es si seremos capaces de poner por encima de nuestras naturales y humanas diferencias, de nuestros proyectos individuales o de grupo – odio decir esto, pero es real – los de un partido político que fue concebido por su fundador como una agrupación de hombres y mujeres libres, comprometidos para luchar por la justicia, exigir la libertad y seguir construyendo la democracia.

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El PAN está viviendo una crisis de divisionismo de buen tiempo atrás que ha ido erosionando su extraordinario papel en la vida política del país, en la que por décadas en voz y en hechos de quienes estuvieron antes que nosotros, le dieron a los mexicanos la certeza de que podía hacerse política con categoría, honrando los principios de doctrina atesorados en la tesis de raigambre humanista que sustentan la ideología y la razón de ser del partido. En ninguna parte de los postulados panistas se destaca que el objetivo de nuestra organización es ganar elecciones, ganarlas solo es consecuencia de.

Precisamente cuando empezaron a darse las victorias electorales grandotas, como la del 2000, y luego la del 2006, también aparecieron las discordias y se fueron perdiendo las maneras en que antes las solucionábamos, como eran el dialogo en buena ley, el acuerdo en el marco de una discusión con “camaradería castrense”.

Con este escenario, no puedo evitar traer a la memoria, el célebre y sentido discurso pronunciado por un hombre de otro tiempo, de otra nacionalidad, cuyo país vivía algo similar a lo que hoy está respirando en mi partido. Abraham Lincoln en 1861 en Springfield (Illinois) donde arrancó su campaña electoral que lo llevaría a convertirse en el decimosexto presidente de los Estados Unidos, expresó esta pieza extraordinaria: la casa dividida. Le comparto estimado leyente uno de sus párrafos.

“Una casa dividida -afirmó glosando una frase de la Biblia —no puede sostenerse. El Gobierno no puede resistir, de manera permanente, el ser la mitad esclavista y la mitad emancipador. No espero que la Unión se disuelva, no espero que la casa se derrumbe, lo que espero es que cese de estar dividida. Un estado en el que coexisten la libertad y la esclavitud no puede perdurar”.

Los panistas tenemos que entender que la división nos debilita, que no pueden coexistir la discordia, ni las posiciones cerradas, ni las venganzas, ni la soberbia, ni los apetitos mezquinos, en un partido en el que sostenemos que el respeto a la dignidad de la persona humana es sustantivo, en el que afirmamos que la solidaridad y la subsidiariedad son piedra de toque para ser nación y en el que generar bien común es el destino del ejercicio de la acción política.

Hago votos porque tengamos los arrestos y la grandeza de miras para no perdernos en la debacle de las insignificancias, y atrevernos a ser mexicanos congruentes con los postulados del partido que elegimos para servir a México. No disolvamos, ni derrumbemos lo que solo heredamos. No tenemos derecho.


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