La crisis de otoño y sus interpretaciones

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Lo primero para resolver un problema es conocerlo. El vendaval político no escampa. Tal vez invernará durante el puente vacacional guadalupe-reyes pero se encrespará de nuevo en la segunda semana de 2015. El temporal persistirá porque las causas que lo constituyen no han sido debidamente desentrañadas, por tanto, nada eficaz se ha hecho para encausarlas y construir una salida.

La mayoría de los observadores están de acuerdo en calificar a esta crisis como una de las más profundas de los últimos años. La equiparan a otros quiebres del orden político: el movimiento estudiantil de 1968, aniquilado a sangre y fuego en Tlatelolco; el conflicto poselectoral tras la “caída del sistema” de 1988, verdadero boquete en la muralla del sistema autoritario por donde luego fluyó la transición democrática; el annus horribilis de 1994, cuya factura pagamos con el derrumbe de la economía nacional en los primeros días de 1995.

Pero este acuerdo, mas o menos amplio en la valoración de lo que hoy ocurre, hasta aquí llega. A partir de este punto las interpretaciones discurren por análisis de lo más variado y disímbolo. Me aproximaré a ellas mediante una preliminar y apretada clasificación de las diversas lecturas sobre esta crisis y de sus correspondientes propuestas.

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Los análisis surgen de dos campos: sistémico y antisistémico. Los primeros estudian el conflicto para encontrar las fallas del sistema político con objeto de operar los cambios que se requieren, utilizando las herramientas con las que el propio sistema cuenta para reformarse. Los segundos interpelan y contestan al sistema en su totalidad: instituciones, actores, clase política. No es reformable. Implosionó. Produce miseria y muerte. Lo que sigue es sustituirlo mediante una insurrección cívico-pacífica o una revolución de resistencias populares para crear nuevas estructuras sociales, económicas y políticas. Para abrir boca que renuncie Peña Nieto.

Dentro del campo sistémico se distinguen tres niveles de diagnóstico; en orden de menor a mayor gravedad que se reconoce en la situación, serían las siguientes:

Los que consideran que se trata de una desafortunada conjunción coyuntural de hechos negativos, relativamente pasajeros, los que se pueden superar con algunos cambios de regular hondura tanto en la estrategia, en la agenda público-gubernamental y con la reorganización de ciertas áreas del Estado. En esta postura parecen estar colocados los responsables de la administración federal. Tardaron en ubicarse pero una vez que sacaron sus conclusiones comenzaron a moverse. Elaboró un decálogo de medidas y propuestas, le pasó la pelota al Congreso, está reconstruyendo puentes de comunicación con diversos actores para salir del aislamiento en el que se empantanó e inició la ofensiva electoral para recuperar el liderazgo y la viabilidad del proyecto grupal hacia el futuro.

Otra es la visión de los que consideran que el conflicto no es de coyuntura sino del sistema político. Está roto en áreas específicas: seguridad, transparencia y rendición de cuentas, representatividad política y en la promoción del desarrollo económico. Se precisan reformas estructurales profundas en estas materias, sin concesiones a los poderes fácticos y con capacidad para sobreponerse a las manipulaciones de la clase política. Hacer cambios en el gabinete debería ser el primer paso para recuperar credibilidad.

De mayor profundidad es una tercera posición. Sostiene que ésta es una crisis del Estado mexicano. Está agotado y hay que reconstruirlo. Edificar la IV República con el impulso de la conciencia nacional generada por esta crisis alimentada por el dolor, la inconformidad, el hartazgo y la desconfianza de los ciudadanos, no mendiante una rebelión. Sus arquitectos deben ser los órganos del Estado. No se detalla la ruta crítica para llegar a tal objetivo, pero se insinúa que el primer paso debería ser la formación de un gobierno de unidad nacional con legitimidad y capacidad de convocatoria, para lo cual hay que disponer de instancias mediadoras que posibiliten el diálogo y la transición pacífica a una nueva etapa en la historia nacional.


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