¿Por quién votar?

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Como parte de su estrategia de difusión en el llamado periodo intercampañas, el Instituto Nacional Electoral está convocando a los votantes a pensar cuidadosamente por quién emitirán el voto el próximo 7 de junio.

“Si queremos tener un México mejor, tenemos que empezar a votar por alguien que de verdad nos convenza, no por alguien que esté de moda o alguien que es simpático o porque es el candidato del partido más popular”, conmina el INE en un spot.

“Tenemos que investigar quién es, de dónde viene y qué es lo que nos está proponiendo, qué es lo que nos está ofreciendo para tener un México mejor”.

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Personalmente, desde que sufragué por primera vez en las elecciones intermedias de 1985, he votado por candidatos, no por partidos.

Me he interesado en conocer la trayectoria de las personas que aparecen en la boleta. Revisar si han sido congruentes entre lo que dicen y lo que hacen.

Sé que la mayoría de los mexicanos no vota así. Entre los seguidores duros de los partidos —que votan por él sin importar quiénes sean sus candidatos— y quienes votan obligados o por conveniencia —a cambio de una contraprestación, por ejemplo—, los ciudadanos que votan a conciencia no suelen ser un factor decisivo en las campañas.

Aun así, ha habido elecciones en las que los llamados votantes switcher —los que cambian de preferencia de una elección a otra— acaban dando el triunfo a uno u otro partido o candidato.

Un caso que destaca nacionalmente en ese sentido es el municipio de Cajeme, Sonora, cuya cabecera es Ciudad Obregón y cuyo territorio corresponde con el distrito electoral federal 06.

Entre 1997 y 2012, ese municipio y distrito ha sido ganado por tres fuerzas políticas distintas e incluso, entre 1997 y 2003, la mayoría se la llevaron, sucesivamente, el PRD, el PRI y el PAN en la elección de diputado federal de mayoría relativa.

De acuerdo con datos oficiales del INE, la votación priista en el lugar ha fluctuado entre los 74 mil 829 y los 27 mil 190; la del PAN, entre los 75 mil 770 y los 25 mil 623, y los del PRD, entre los 64 mil 676 y los tres mil 461. Parece claro que los votantes obregonenses eligen más por candidato que por partido.

Pero revisemos otro municipio de tamaño medio del país y de la misma región norte: Ciudad Victoria, Tamaulipas. Ahí el PRI ha ganado las seis elecciones para diputado federal de mayoría relativa, entre 1997 y 2012, sin importar que otro partido tenga la votación mayoritaria en el estado o en el país.

De hecho, el PRI ha ganado cada una de esas elecciones con al menos siete puntos porcentuales de ventaja, incluso la de 2006, año en que ese partido terminó en el tercer lugar nacional y con el número más bajo de diputados federales de su historia.

Es claro que los votantes en la capital tamaulipeca votan por fidelidad u obligación por un partido político, porque, además, el orden en que han quedado las tres principales fuerzas políticas en el municipio ha sido siempre el mismo desde 1997.

Si bien el voto de conciencia no es el que suele decidir las votaciones en México, creo que vale la pena seguir el consejo del INE. Así he votado yo en diez jornadas electorales consecutivas desde 1985 y así lo seguiré haciendo.

Sin embargo, la dificultad que esto representa es cada vez mayor. Por causas internas o externas —porque, con los años, me he decepcionado de los partidos o ellos se han encargado de desilusionarme del proceso democrático—, la decisión de por quién votar se ha vuelto cada vez más complicada.

Debo decir que mi primer impulso no suele ser la abstención activa o la anulación del sufragio. Siempre trato de votar por el mejor candidato o el menos malo. Pero, siendo sincero, no tengo la menor idea de quiénes se llevarán mi sufragio el 7 de junio, en las elecciones en las que participaré como votante.

Aún no se ha cerrado el plazo de registro de los candidatos, pero ya comienza a haber claridad sobre quiénes estarán en las distintas boletas. Y, francamente, estoy espantado.

Evitaré votar por chapulines, porque, al dejar sus cargos para buscar otros, no solamente mostraron el peltre —el cobre es mucho para ellos—, por su desmedida ambición de seguir en el presupuesto, sino que dejaron sin terminar el cargo por el que fueron elegidos hace tres años.

También evitaré votar por candidatos a los que ha faltado seriedad en el pasado, ya sea porque no han cumplido lo que han prometido o porque han salido en spots bailando o porque han regalado peluches a los hijos de los electores o porque son más conocidos por sus insultos que por sus propuestas.

Y descartaré de mis preferencias a aquellos candidatos que no hayan atendido la invitación “tres por tres” de Transparencia Mexicana de dar información sobre ingresos, pago de impuestos y posible conflicto de interés.

Usted quizá diga que exagero porque mi voto acabará siendo apenas uno de los 40 millones de votos que se depositen en las urnas a nivel nacional el domingo 7 de junio —o de los 3.5 millones que se emitan en el Distrito Federal, o de los 200 mil en la delegación Benito Juárez—, pero a mí sí me quita el sueño no tener por quién emitir un sufragio con conciencia dentro de exactamente 90 días.


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