¿Inteligencia política?

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En México se ha incurrido en una enorme paradoja: se continúa votando por quienes la opinión pública desaprueba.

Hay una serie de fenómenos en el mundo
que no entiendo si no los expreso…
y me interesa entenderlos.

Rosario Castellanos.

 

 La humanidad siempre ha manifestado una preocupación: cómo mejorar el desempeño de los hombres que tienen responsabilidades públicas. Desde la Biblia hasta los últimos textos de los teóricos políticos se dan consejos, recomendaciones y sugerencias, ya no digamos para alcanzar el bien común, sino para evitar la distorsión y el mal uso del poder público.

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La democracia es el invento más acabado y producto de siglos de madurez cultural. Su principio es muy simple: el voto premia o castiga a quien hace bien o mal su tarea en el cargo público. Sin embargo, en nuestro país se ha incurrido en una enorme paradoja: se continúa votando por quienes la opinión pública desaprueba mayoritariamente. Se puede concluir que hay factores que distorsionan la racionalidad del voto y, por lo tanto, la voluntad popular.

 

El factor más importante es la forma en que se ha interpretado el tener inteligencia política, entendida como la capacidad para, sin importar ninguna reflexión ética, obtener lo que se ambiciona.

 

En la eterna discusión entre medios y fines, hay dos principios. Uno es el enunciado por el emperador Trajano (53-117 d. C.) de manera escueta: Hágase justicia aunque perezca el mundo. En el otro extremo está la frase de Napoleón, al leer El Príncipe de Maquiavelo: el fin justifica los medios. Max Weber identifica estas dos vertientes como la ética de la convicción íntima y la ética de la responsabilidad.

 

Por mi experiencia, he llegado a la conclusión de que debe evaluarse la decisión política en su conjunto, esto es, medios y fines, para encontrar cuál es la idónea. Siempre hay esa posibilidad y aunque muchas veces se carece de toda la información y se navega en la incertidumbre, a la larga, puede precisarse si se hizo bien o mal.

 

En esta elección, el actual gobierno ha obtenido resultados presumiblemente positivos, pero alcanzados con una inteligencia política que acudió a todo: a la compra de votos, al simulacro, al engaño. Vaya, hasta la tremenda farsa, mediante una entelequia de partido, de manera ilegal y acudiendo a todo lo imaginable, de manipular el voto para alcanzar la mayoría en la próxima legislatura.

 

No es creíble que en nueve estados (Chiapas, Coahuila, Durango, Hidalgo, Nayarit, Quintana Roo, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas), el PRI y el PVEM hayan obtenido carro completo en las diputaciones federales. Son estados con graves problemas de seguridad, de marginación, de imbricación partido-gobierno, con tradiciones caciquiles, donde la influencia del dinero fue escandalosa. En síntesis, entidades mal gobernadas.

 

Nuestra legislación resultó insuficiente. Lo reitero: para cambiar la cultura política se requiere algo más que leyes: voluntad política y calidad moral de liderazgo. Nos falta también recorrer el camino de las democracias probadas: ciudadanía participativa, informada y responsable. Ojalá que la próxima legislatura, a pesar de sus ya predecibles carencias, pueda asumir la tarea de una reforma política que parta de cero y le dé preeminencia al interés nacional.

 

Estamos en el arranque de un México diferente. Pronto llegaremos a un punto de bifurcación: por un lado, la posibilidad de corregir nuestros muchos males, o la descomposición ética y política, como ha sucedido en otras naciones en decadencia.

 

Emilio Rabasa Estebanell, para mí el más grande jurista de México, en su libro La Constitución y la Dictadura, escribió: “El despotismo que toma su fuerza del temor de los buenos y siempre cuenta con la bajeza de los malos”. Ése es el escenario en el turbulento porvenir de México.


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