El liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum tiene virtudes claras, pero las herencias recibidas y las inercias que ella misma preserva están socavando su margen de maniobra para gobernar.
Por las malas decisiones en materia de seguridad pública de su predecesor, el país es hoy más violento que a inicios del sexenio pasado. Económicamente, se están priorizando programas sociales en vez de impulsar áreas que pueden llevar al crecimiento como la inversión en infraestructura. El estancamiento del gasto público en salud o en educación, y la continua dependencia de un Pemex en bancarrota comprometen no solo el desarrollo económico, sino la credibilidad del Estado.
El desafío más complejo, sin embargo, es que aunque la presidenta ganó las elecciones por un amplio margen, debe enfrentar la concentración de poder de su propio partido. Su éxito dependerá de si puede transformar un modelo desgastado en uno que brinde estabilidad y confianza.
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