Incompetencia olímpica

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El Comité Olímpico Internacional (COI) está contra reloj en su objetivo de dar viabilidad a la celebración de los Juegos Olímpicos Tokio 2020, al encontrarse en franca competencia contra la evolución del covid-19 en la isla y una ciudadanía japonesa abrumadoramente adversa a incrementar el riesgo sanitario. Al igual que una cantidad significativa de proyectos que involucran concentración de personas, la justa deportiva se vio obligada a posponerse ante la gravedad de la pandemia; sin embargo, a diferencia de muchos de ellos, que aprovecharon el aislamiento para rediseñar sus protocolos y abonar a la certidumbre de un regreso seguro en estos meses de 2021; la actitud del COI —por lo analizado en fuentes públicas— denota poco esmero porque su posicionamiento de ir adelante con los Juegos Olímpicos nunca se acompañó de gestiones y medidas que generaran un impacto positivo en las expectativas de los japoneses.

Prueba de ello es que, a menos de sesenta días de su supuesta inauguración, los términos de la conversación pública en Japón están, cuando menos, igual de polarizados que en el contexto del aplazamiento anunciado en 2020. Al clima de entendimiento entre las partes poco ayudó la declaración del COI a finales de ese mismo año, en la que aseguraba que “con o sin covid” habría fiesta olímpica en Japón. No por un compromiso de fondo con la entrega total de los atletas a su disciplina, sino para sortear las negociaciones con marcas patrocinadoras, cuyos contratos de apoyo económico al COI expiraban al término de año. De ahí que los directivos olímpicos prefirieron pasar por encima de la opinión pública sin argumentos persuasivos, antes que sacrificar sus ingresos financieros.

Una segunda señal fue la negativa de la organización olímpica a desarrollar la inauguración y la clausura de Tokio 2020 sin público, por el boquete en ingresos que la medida le significaría al verse privados de los recursos por las entradas. Es claro que la realización de un evento de esta magnitud requiere una inversión inicial de varios miles de millones de dólares y, por eso, con toda legitimidad la organización olímpica y las autoridades del país sede buscan las fuentes para compensar los gastos, como son los derechos de transmisión, el boletaje o los patrocinios. Lo que resulta cuestionable es la falta de medidas sanitarias para transmitir certeza en que las logísticas de deportistas, entrenadores, prensa, aficionados y voluntarios no abonarán a potenciar las cadenas de contagio. Más aún si se considera la congregación de personas de todas partes del mundo, con la consecuente conjunción de la gama de variantes del coronavirus que nos aqueja.

Todo parece indicar que al COI le traicionó una coyuntura que parecía traer bajo el brazo. Durante 2020, Japón mantuvo al covid-19 bajo un control, que podría catalogarse como exitoso por la mínima incidencia de muertes y contagios, sumado al ánimo optimista que invadió a la comunidad internacional con el descubrimiento de la vacuna. Pero, ante la falta de previsión del Comité Organizador, el 2021 le está planteando un rostro muy distinto: Japón cruza por su cuarta ola, que acumula 12 mil 600 muertes por covid —muy preocupante en términos de su cultura— y 6 mil contagios diarios, así como apenas 5% de su población ha sido vacunada. Una de las menores tasas de las economías avanzadas.

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De ahí nace la resistencia social que enfrenta el COI. Los profesionales de la salud, exhaustos por la cuarta ola, alertan que el sistema médico podría entrar en crisis de realizarse los Juegos Olímpicos; los voluntarios de las justas deportivas acusan medidas insuficientes para prevenir contagios; los medios nacionales más distinguidos difunden editoriales adversas y las encuestas muestran que 8 de cada 10 japoneses están en contra de que Tokio 2020 se lleve a cabo. Una de las interrogantes es si las marcas patrocinadoras estarán dispuestas a correr los riesgos a su reputación que este contexto impone.

El COI no hizo la tarea de establecer durante meses clave una ruta crítica proactiva de entendimiento y medidas sanitarias, ni siquiera para garantizar un abasto mínimo de vacunas. Peor aún, la cuenta regresiva al 23 de julio promete mayores complicaciones: el estado de emergencia se sigue extendiendo en Japón, Estados Unidos alerta la conveniencia de no viajar a la isla y se están cancelando los acuerdos para recibir de manera anticipada a los atletas. Ya ni porque el 70% de los deportistas tienen en Tokio 2020 la mira de su cúspide profesional, el COI decidió tomarse las cosas algo más en serio. Estos son los indicios de la incompetencia olímpica.

 


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