El martes por la tarde recibí una llamada telefónica de mi amigo Luis Gallegos. Fue muy corta, Luis no es hombre de muchas palabras, pero la tristeza al pronunciarlas estaba inmersa y era inmensa: “Ya acabó…”. Me estaba diciendo que nuestro mutuo amigo Edmundo Gómez Garza se había ido, que tras una larga lucha por su vida la enfermedad había vencido y que ya no estaría más con nosotros.
Con Mundo nos conocimos hace muchos años y fuimos compañeros de jornada en muchos proyectos partidistas. Llegó como una corriente de agua fresca a incorporarse al partido. Venía con toda la enjundia del empresario exitoso, del ciudadano que quería aportarle a una realidad social para mejorarla, con todo el optimismo de la gente que no admite un “no se puede” y se aboca para que sí se pueda; con la alegría de una vida realizada en familia, y sobre todo con toda la generosidad que le brotaba desde adentro. Si se tuviera que describirlo con una sola palabra es esta: GENEROSO. Era un tipazo.
– “No pasa nada” – era su frase favorita para apaciguar las aguas y darles el cauce correcto apuntalado siempre en la serenidad y objetividad –cualidades inapreciables– que le caracterizaban. Era un hombre siempre dispuesto a dar lo mejor de sí mismo: su experiencia en la generación de consensos, su don de gentes, su manera de dimensionar y analizar los problemas con espíritu crítico constructivo, su afabilidad, su inteligencia y don de la oportunidad para que los asuntos bajo su responsabilidad nunca se salieran de control. Y todo esto lo subrayo porque tuvo mucho que ver con la gestión exitosa – sin que suene a pedantería – en la que participamos, él como tesorero y su servidora como presidenta del PAN en Coahuila.
El manejo impecable de las finanzas y el cuidado meticuloso del gasto, nos permitieron la ausencia de números rojos, el cumplimiento puntual de obligaciones con la autoridad y con los proveedores, mejorar con creces la infraestructura inmobiliaria el partido –entre otros, un edificio propio para el Comité Directivo Estatal con espléndida ubicación y totalmente amueblado– y la atención a los comités y delegaciones del partido en el ámbito de los recursos necesarios para sus labores.
Era un hombre con muchas prendas interiores. Quienes tuvieron la fortuna de convivir con él, saben de qué estoy hablando. Su mano siempre estaba extendida para ayudar, nadie se iba sin recibir de parte suya. Era un mago para resolver problemas y además disfrutaba hacerlo.
Sabía ser amigo, quería a sus amigos, los procuraba y los cuidaba.
Lo vamos a extrañar, nos dio motivos al por mayor para que así suceda. Fuimos muchos quienes lo acompañamos en su misa de cuerpo presente y luego estuvimos en el sepelio. La lápida quedó cubierta de flores, de coronas y más coronas y centros colmados de crisantemos, gladiolos, rosas blancas… Su esposa, sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos, sus amigos fuimos a estar con él en un día tan especial, como es el del adiós a lo perecedero y el arribo al para siempre.
Decir adiós no es fácil, despedirse tampoco. Se nos hace un nudo en la garganta, y los ojos se arrasan y el corazón se apena en el quebranto. El que se va ya no vuelve, certeza plena. Pero nos quedamos con su recuerdo, con lo que fue, con lo que sembró en los afectos, con cuanto se vivió y se compartió, con el significado de los momentos y los espacios por los que se transitó en conjunto, con “las horas bellas”, como dice la canción, en las que se coincidió y se festejó el simple hecho de la coincidencia, porque al final del día eso es lo que cuenta. Los amigos que hiciste, las personas que quisiste y que te quisieron, y lo que fuiste capaz de celebrar nomás bajo el influjo de la maravilla de estar VIVO.
Si una reflexionara más a menudo sobre la vida y la muerte, aprovecharíamos mejor el tiempo de la primera, porque es tan corta…comparada con la eternidad de la segunda. Apreciaríamos más las cosas sencillas, esas que nos parecen intrascendentes porque forman parte de lo cotidiano, abrazaríamos más a quienes amamos y no desperdiciaríamos el tiempo en discusiones estériles y estúpidas; diríamos más a menudo “te quiero” y sonreiríamos de vez en mucho, no en cuando, nos carcajearíamos hasta las lágrimas, hasta quedar exhaustos en el gozo de la hilaridad y algo más, no le permitiríamos a la ausencia que nos ganara y nos haríamos cofrades perennes de la presencia, de esa que debemos procurarle a nuestra familia y a nuestros amigos.
Mundo, te vamos a extrañar mucho, pero no te vamos a olvidar, tus hechos dieron con creces para guardarte en la memoria del corazón. Hasta siempre, mi estimado y fino amigo, hasta el cielo en el que resides hoy, porque tú no puedes estar más que ahí…Te lo ganaste.
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