Hasta pronto…

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Por poco más de seis años, con un par de periodos de ausencia por razón de encargos públicos, he colaborado semanalmente en estas páginas. Sin duda, una de las más gratificantes disciplinas: un pretexto para pensar, ordenar las ideas propias y asimilar las ajenas. Una privilegiada tribuna para hacer política, para fijar posición sobre los problemas, para contrastar las soluciones con otros.

Velar por la unidad del Senado exige tomar distancia no del debate público, sino de las posiciones partidarias que lo nutren. Representar a una de las instituciones de la pluralidad demanda nunca hablar a nombre propio, ni desde los énfasis de lo parcial. Conducir a un colegiado con distintas procedencias ideológicas, partidarias y territoriales entraña un deber de autocontención frente a los intereses que gravitan en torno a la actividad política.

Y es que cuando se desvanecieron las mayorías monocolores y desapareció, en consecuencia, el vector que ordenaba el funcionamiento interno de las cámaras del Congreso, nuestro diseño parlamentario creó un conjunto de órganos y procedimientos para gestionar la complejidad del hecho plural, reducir la impredecibilidad de la aritmética política, estabilizar las distintas interacciones de poder que se recrean en la arena de la representación. Desde entonces, por ejemplo, la instalación de las cámaras es resultado de una mecánica totalmente ajena a la existencia o no de un mayoría, los órganos de gobierno reflejan en su conformación el peso específico de los bloques partidarios, la administración de los recursos y de los procesos está sometida a un sistema reglado de funciones y de contrapesos. Instituciones, pues, para garantizar la imparcialidad y la neutralidad en el orden interno: la construcción de una esfera común para que los diferentes se expresen y decidan.

La presidencia de la Mesa Directiva es una de esas instituciones. Su fortalecimiento como una pieza central de arbitraje de la pluralidad es uno de los datos más relevantes de la evolución del derecho parlamentario en las últimas dos décadas. Con la Ley Orgánica de 1999 se transitó de la presidencia rotatoria mensual y, por tanto, de un diseño que no le concedía relevancia alguna, a un modelo en el que la presidencia concentra importantes atribuciones políticas y administrativas. Progresivamente, ha adquirido buena parte de las facultades que, en la era del autoritarismo de partido hegemónico, se depositaron en el líder de la mayoría congresional y representante del Ejecutivo en las cámaras. En su esfera de decisión está no sólo la representación legal e institucional para efectos internos y externos, sino también la tarea de direccionar las agendas, alentar la programación de los trabajos, inducir a los órganos internos para que ejerzan sus atribuciones legislativas y de control. Es el réferi que cuida el cumplimiento de las reglas, amonesta los golpes por debajo del cinturón, toca la campanilla para poner fin a un desencuentro, custodia y hace valer los límites del cuadrilátero.

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El ejercicio de los poderes de un presidente parlamentario es impensable sin una mínima dosis de autoridad. Por eso, su rol institucional es incompatible con los impulsos de la trinchera de la que se proviene. Y esa autoridad deriva, sin duda, de la forma en la que se asumen los deberes de la imparcialidad. Ciertamente con el cargo no se pierde la militancia o la identidad partidaria. Esas definiciones vitales orientan el voto o las posiciones intramuros. Pero la
función exige la prudente abstracción de lo parcial. Cuidadosa lejanía como condición de ejercicio de legitimidad.

Ésa es la razón por la que me separo de este espacio. También, como antídoto al aburrimiento ajeno, a esa mala tentación de bordar en los lugares comunes sólo para cumplir la colaboración, a terminar cada semana no diciendo nada. Confieso que temo de mí mismo no lograr resistir a la excitación del debate coyuntural y, por tanto, comprometer la dignidad de la función. Es, si se quiere, una peculiar forma de amarrarse al mástil para no acabar seducido por el canto de la polémica. Espero que, una vez recobrada la individualidad, me pueda reencontrar en este espacio. Mientras tanto, gracias y hasta pronto…


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