Hágase la ley en los bueyes de mi compadre

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Con casi diez millones de habitantes y un crecimiento expansivo en algunas delegaciones, el Distrito Federal se ha visto rebasado en términos políticos, administrativos y de movilidad. Hoy, para propios y extraños, la capital del país se ha vuelto un sinónimo de caos y desorden, a esto se le suma un gobierno ausente, sin respuestas a las necesidades más básicas de los ciudadanos y totalmente ensimismado en sus intereses particulares.

Día a día los capitalinos tienen que sortear toda clase de obstáculos para llegar a su trabajo o llevar a cabo su vida diaria, desde peceros que se pasan los altos, ambulantes en las banquetas que impiden el paso, policías que piden mordidas, autoridades corruptas en las ventanillas de los edificios de gobierno y hasta la falta de basureros en las calles para mantener la ciudad limpia.

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Aun así y con casi todo en contra del ciudadano de a pie, la mayoría de los habitantes del Distrito Federal se esfuerzan por cumplir a cabalidad con las leyes que nos rigen, pues de no ser así, no faltará un policía que nos infraccione, nos detenga o nos remita a la delegación. El marco normativo del DF, y de cualquier otra entidad es estricto y claro, si faltamos a la ley somos acreedores a una sanción; sin embargo, en la Ciudad de México la ley no es la misma para todos.

Los ejemplos los vivimos todos los días cuando vemos a un pecero darse una vuelta prohibida o circular sin placas; cuando invade el carril del metrobús o se mete a una calle en sentido contrario; cuando se pasa el alto o no está verificado; cuando sube pasaje en el carril medio de una avenida o sobrepasa el cupo de la unidad. En cada una de esas ocasiones, nadie hace nada, ningún policía, ninguna patrulla, ningún agente de tránsito.

Vivimos en una ciudad donde nuestras autoridades prefieren dejar pasar este tipo de conductas que hacer el trabajo que se espera de ellos. Una ciudad donde las mismas patrullas cometen infracciones y donde los policías están muy ocupados con su teléfono como para atender alguna emergencia, una ciudad donde un oficial puede estacionarse en doble fila y circular a media noche con las luces apagadas, una ciudad donde un policía puede reprender a un peatón por no cruzarse en una esquina pero no a un pecero por pasarse el alto.

Así, pareciera que la ley en el Distrito Federal sólo aplica para aquellos que se preocupan en respetarla. Pero ¿de quién es el problema: del microbusero, del policía, del ciudadano o del gobierno? A pesar de que la Ciudad de México cuenta con el mayor número de efectivos en el país (80 mil uniformados), el gobierno actual no ha podido establecer un plan de largo plazo que incremente la efectividad, preparación y confiabilidad de los mismos.

No sólo son las policías, un año ha transcurrido y el GDF sigue sin tener un plan de trabajo que pueda hacer de la Ciudad de México un lugar más seguro, limpio y ordenado. Las banquetas de los lugares más turísticos de la ciudad, como el Centro y la Condesa, están totalmente destruidas, difícilmente se encuentra un bote de basura en el Zócalo y la actividad económica va a la baja.

Un año más ha transcurrido y el gobierno de Miguel Ángel Mancera no ha invertido en el futuro de nuestra ciudad, seguimos sin obras nuevas de infraestructura, con un transporte público ineficiente, sin nuevas vialidades, reciclando programas sociales, sin una reestructuración urbana y con los mismos servicios de baja calidad. Así, el DF se ha ido desgastando ante la indiferencia de las autoridades y poco a poco no habrá nada para rescatar.

Si el señor Mancera no quiere hacer del DF una ciudad de primer nivel, está bien, pero por lo menos que mantenga lo que le entregaron, que se ocupe de poner botes de basura en cada esquina, de que los policías hagan su trabajo y de que los ciudadanos cuenten con mejores servicios. No todo en esta ciudad es una nueva constitución, no todo en el DF es su jefe de Gobierno.


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