Guerra sucia y deleznable

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El pasado martes un diario capitalino informó acerca de una conversación telefónica sostenida entre el senador Ernesto Ruffo y el gobernador panista de Sonora Guillermo Padrés. Según la versión periodística, el primero solicita apoyo económico del segundo para cubrir los gastos que con motivo de la visita que Ricardo Anaya habría de llevar a cabo por aquella entidad, en su campaña por la presidencia nacional del PAN.

Se plantea en el curso de dicha conversación que, en reciprocidad, se otorgaría protección a Padrés ante la embestida que según se sabe tendrá lugar en su contra al entregar la gubernatura. Cabe recordar que esta nota y la correspondiente grabación que supuestamente la sustenta, se dieron a conocer justo cuatro días antes de las elecciones internas de Acción Nacional.

Enorme desazón me causó esa noticia. Porque si bien en la plática no se dice expresamente que los apoyos solicitados al gobernador sonorense y que éste accede a otorgar, serían con cargo al erario sonorense, sin embargo así se da a entender. Un caso pues de indebido uso de recursos públicos en ilegal apoyo a un partido político; bueno, ni siquiera eso, sino de abusivo apoyo a un grupo interno de un partido político.

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De Ernesto Ruffo, a quien personalmente conozco desde hace muchos años y he tenido la oportunidad de tratar en varias ocasiones, tengo la mejor opinión. Lo considero ciudadano probo, político regido por principios éticos, amén de un personaje histórico del panismo. Por ello, el martes, me sorprendió leer acerca de él esa noticia, a pesar de lo evidentemente malintencionado de su factura: por los tiempos en que se difundió y porque da a entender lo que en forma explícita no se dice, o sea, que el apoyo ofrecido saldría de las arcas gubernamentales.

Luego, ya entrada la mañana, me tranquilizó saber que en un noticiero radiofónico matutino de cobertura nacional, el mismo Ernesto Ruffo no sólo dio la cara sino que enfática, categóricamente negó al conductor del programa que ésa, la de la supuesta conversación grabada, fuera su voz. Idéntica actitud asumió Ernesto en otro noticiero, también de amplia difusión, el mediodía del martes.

Después del increíble cinismo del famoso “gober precioso”, quien negó que fuera su voz aquella que tenía la misma modulación, tonos, inflexiones y demás características que la hacían similar a la suya, en un caso que escandalizó al país, o de otros políticos que se han escudado en el argumento de que se trata de conversaciones que no tienen empacho en reconocer como propias, pero afirman que las grabaciones han sido editadas, manipuladas para perjudicarlos, esta práctica se ha generalizado de tal manera que ya sólo desprestigia a los políticos honorables y a los medios que dicen serlo y sin verificación alguna de la autenticidad se prestan a estas maniobras deleznables; porque a los cínicos la opinión pública, de una u otra manera, ya los tiene identificados y con -o sin- este tipo de filtraciones es más o menos conocida su mala fama.

No es el caso de Ernesto Ruffo. Luego de haber oído varias veces y con toda atención esa grabación difundida el martes, puedo asegurar categóricamente -obviamente sin ser perito en la materia- que no es la voz que conozco de Ernesto Ruffo. Seguramente dirán lo mismo otras personas que lo hayan tratado.

A este tipo de ardides, tan frecuentes de un tiempo a la fecha en la política mexicana, se les suele dar la denominación genérica de guerra sucia. El caso que nos ocupa es más que eso. Se trata de una deleznable infamia.


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