Ética de la acción

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El fundador se despedía de la presidencia del partido. Don Manuel Gómez Morin llamaba a “hacer frente a las necesidades” de un tiempo nuevo. Había concluido, decía, la misión de definir las “doctrinas y gramas”, de difundir el “alma propia”, de encarar los “juicios ajenos y erróneos” acerca del PAN. La “orientación moral” del partido estaba trazada. Don Manuel se resistía a que el partido quedara pasmado en la contemplación de las “convicciones y propósitos comunes”. Su retiro era un llamado a la acción: forjar “nuevas capacidades y métodos”, más empeño partidista “a la organización”, la creación de “los instrumentos que requiere la acción ciudadana para alcanzar plenitud de eficacia”. El reto era edificar un partido diferente: un partido con intención, vocación y cualidades de poder.

Acción Nacional debe abrir una nueva etapa. Superar el episodio del partido nostálgico de su paso por el gobierno: ese panismo que extraña la pompa del gabinete, las delegaciones federales, la “operación” clientelar de los programas públicos. Debe dejar de ser esa alternativa bocabajeada que intenta recuperar el poder con el mismo instructivo y formas que lo regresaron a la oposición. El partido de los proyectos personales antes que la causa común; el partido del pragmatismo que no reconoce la diferencia entre eficacia e ilegalidad; el partido que se conforma con un puñado de plurinominales y que no puede dejar de verse el ombligo. El partido requiere una buena dosis de “mejorismo”. Útiles cambios que no se extravían en el propósito idílico y abstracto de la refundación, en la autocomplacencia de una nueva reflexión o en la futilidad de otra reforma estatutaria. Acciones concretas que toquen la médula de nuestros problemas. Decisiones de corto plazo que atiendan la narrativa del partido, su anatomía organizacional, el desenvolvimiento de nuestro arreglo democrático y la integridad de nuestra actuación pública.

La política es palabra. Lenguaje que relata hechos, interpreta realidades, orienta la acción colectiva. Es razón pública que emerge de la deliberación. El PAN le puso nombre al autoritarismo priista y sembró la conciencia de la democracia; describimos el estatismo, la irresponsabilidad y la corrupción del nacionalismo revolucionario y convencimos de la virtud de la estabilidad, del equilibrio con el mercado y del ensanchamiento de las libertades. El PAN debe ahora hablar de los problemas de nuestro tiempo: la desigualdad económica, la exclusión política, la corrupción y la impunidad. La única forma de significar algo para los ciudadanos es con una audaz narrativa. Ofrecer el contra-argumento al resurgimiento autocrático y a los nuevos populismos antipolíticos. Traducir en políticas públicas el léxico de la singularidad, de la economía colaborativa, de las organizaciones exponenciales, de la micro-deliberación, de la diversidad, de la transparencia radical, de la ética práctica como método para resolver situaciones concretas de injusticia, de la inclusión como vía para el desarrollo y la paz.

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El PAN debe volver a ser un partido de cuadros. Debe poner fin a los impulsos de masificación. Asistimos al ocaso del sistema de partidos como vector de la democracia representativa. Cada vez importan más las personas. Ahí la razón del éxito de algunos independientes. Necesitamos captar y alentar el liderazgo. No lo haremos mientras subsista el círculo vicioso entre el control del padrón y el método democrático interno. No seremos opción ciudadana de participación mientras los incentivos estén puestos en afiliar antes que en ganar votos. ¿Qué ofrecemos a los ciudadanos además de engorrosos trámites y dificultades para acceder a la política? La alternativa no es, por supuesto, abandonar nuestra tradición de competencia, sino la de aplicar técnicas de innovación democrática. Nuevos procedimientos para mejorar las decisiones internas, especialmente sobre dirigentes y candidatos.

El PAN no regresará al gobierno mientras no se reconcilie con los jóvenes. Por eso, el partido requiere una renovación generacional, no como un relevo de unos por otros, sino como el diálogo entre la experiencia de la mayor y el ímpetu de la menor. Un relevo generacional basado en el mérito, en el liderazgo, en las habilidades y competencias técnicas. El experimento fallido del “nuevo PRI” es nuestro espejo: caras nuevas sin sustancia ética y política, conducen a malos gobiernos. La nuestra debe ser la regeneración de actitudes y aptitudes. Profesionalizar, en todos sus sentidos de formación y movilidad, nuestra forma de hacer política. Fuimos alguna vez la alternativa de la integridad en el servicio público. ¿Se fueron del PAN los buenos mexicanos? ¿Los que quedamos estamos contaminados por esa inevitable cultura de la corrupción? No, el problema es la ausencia de consecuencias. El pacto de impunidad interno debe terminar. El PAN debe hacerse de una institucionalidad para prevenir y castigar la corrupción. Necesita su propio sistema anticorrupción. Y, por supuesto, voluntad y decisión para aplicar las reglas.

A 100 años de la generación de 1915, otra debe ponerse al frente de los destinos del PAN y de México. Pero como Don Manuel en 1949, su ética debe ser la acción, la decisión que se sujeta a referentes valorativos aceptables por todos, no la frustrante contemplación de lo que aspiramos a hacer o la nostalgia de lo que alguna vez fuimos. El futuro del PAN está en frente. En nuestro pasado hay razones y experiencias. Pero las claves del porvenir están en enfrentar nuestra circunstancia. Por esos somos acción: Acción Nacional.


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