Mucha indignación ha causado el ridículo descuento que de unos cuántos pesos de su sueldo anunciaron los senadores como gesto solidario con la austeridad y la mala situación económica por la que pasa el país. Es una burla. Hay que tomar en cuenta que están por seis años en su puesto. No importa si hacen mucho o no hacen nada, se les paga de cualquier forma. No importa si debaten o no, ni siquiera si asisten al trabajo, ellos reciben su dinero sin problema.
La mala imagen de nuestra clase política viene desde ahí: de su cinismo. Se sienten salvadores de la patria, hombres y mujeres de ideas preclaras que hacen historia a cada paso. Pobres, no saben el enorme desprecio que les tiene la gente. O a lo mejor sí pero no les interesa. Conviven entre sí y se platican y dan ánimos solitos.
Sus intentos de ahorrar, de ser ejemplo de comportamiento cívico y de corresponsabilidad con lo que pasa a los ciudadanos, resulta ofensivo. Decir que van a dejar de comprar galletitas para las juntas de trabajo es una muestra de su desvergüenza. ¿Por qué se les compran galletitas? No compran ni sus lápices. Para todo reciben ayuda económica. Ellos no le pagan ni a sus ayudantes.
Quizá el Senado —que ha dado muestras de avances en materia de debate y seriedad en determinados temas— podría empezar por quitar toda esa serie de gastos que son suntuosos. ¿Por qué si los ciudadanos nos pagamos nuestros celulares, los legisladores no? ¿Por qué si la gente se la pasa mal para comprar un coche, por qué se les da a los legisladores? Vaya usted a algún restaurante de moda y encontrará legisladores departiendo alegremente. Sería interesante saber cuánto gasta en comidas el Senado.
Un problema de este gobierno —mudo como dice Aguilar Camín— es que es el culpable de todo. Pero si se le pide ahorro al gobierno, los otros poderes deben hacer lo mismo. No hay manera de apreciar los esfuerzos si no se dice en qué gastan. Es claro que es un golpe a sí mismos, pero es la manera de comenzar a arreglar una imagen deteriorada. Que digan en qué se va el dinero. Cada año crece su presupuesto, ¿por qué?
En México hay ciudadanos de segunda, y somos todos los que no somos legisladores. Los que tenemos que pagar nuestra gasolina, nuestra tarjeta para las casetas, nuestros viajes y nuestras galletitas. Luego se quejan de que la gente no los quiere y que hay distancia con los ciudadanos. Es una distancia que ellos ponen con su actitud.
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