Escuela parlamentaria ayer, hoy sin cuadros técnicos administrativos

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Apenas siete años después de su fundación, el Partido Acción Nacional, en 1946, tuvo su primer grupo de diputados federales, formado por cuatro miembros, que luego se redujo a tres cuando uno de sus integrantes, Aquiles Elorduy, fundador por cierto del partido, se colocó al margen de éste.

Los tres legisladores pioneros panistas tuvieron al mejor consultor y asesor que jamás grupo parlamentario alguno podrá tener en nuestro país: Manuel Gómez Morin. Nada menos que el hacedor de la legislación moderna de México en materia tales como la fiscal, bancaria, monetaria, de seguridad social, de crédito agrícola y varias más, amén de haber sido el constructor de no pocas instituciones nacionales fundamentales, como el Banco de México, quizá la más relevante pero ciertamente no la única.

Esos primeros diputados federales panistas se distinguieron por la presentación de sólidas iniciativas de ley, principalmente en el orden económico, pero no sólo, perfectamente viables y lúcidamente redactadas, que o bien fueron desechadas o jamás dictaminadas. Lástima, porque esta actitud sectaria fue en perjuicio del país.

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Fue una inicial, estupenda diputación federal panista gracias principalmente al trabajo personal de Gómez Morin. Tuvo sin embargo ese grupo una virtud adicional: estableció las bases de una magnífica escuela parlamentaria, que conforme pasaban las décadas –cinco, seis- respondía muy bien a las exigencias legislativas del panismo. Hasta que llegaron los “moches”, las ambiciones y las componendas.

Fue una escuela sin aulas, ni local ni cursos específicos prediseñados.

Pero muy eficaz. Formó –creo que muy bien- a varias generaciones de legisladores panistas. Así, quienes llegaban por primera vez a la Cámara, estaban razonablemente bien enterados de los tradicionales debates anuales que en ésta tenían lugar, desde las célebres “glosas” de los informes presidenciales, con que arrancaba el único periodo legislativo anual de entonces, de septiembre a diciembre, hasta el análisis y discusión de las iniciativas de ley de ingresos, la llamada miscelánea fiscal, que nunca faltaba, el proyecto de presupuesto de egresos para el ejercicio fiscal siguiente, y desde luego la cuenta pública del año anterior, que siempre daba lugar a un debate candente. Además del conocimiento del torrente de iniciativas enviadas por el Ejecutivo y las propias preparadas por el grupo.

Sin local ni aulas, ¿cómo entonces se formó y funcionó durante décadas esa escuela parlamentaria? Por diversas e informales vías. Una, tal vez la más relevante, por las extensas y bien elaboradas crónicas legislativas que entonces La Nación, la prestigiosa revista partidaria, solía incluir en sus páginas, donde también se publicaban los textos de las principales iniciativas propias con sus respectivas exposición de motivos, que igualmente se reproducían en una abundante folletería –gran riqueza documental, hoy olvidada- de la que estaban muy al pendiente de recibir, leer y estudiar los militantes panistas de todo el país.

La formación se completaba con pláticas, talleres y conferencias que sobre historia, derecho, economía y temas sociales entonces nunca faltaban en los comités panistas. Hoy difícilmente puede decirse lo mismo.

¿A qué viene lo anterior? A algo muy obvio y de graves consecuencias. Cuando se produjo la alternancia en el año 2000, es un hecho que el panismo carecía de cuadros técnicos para hacerse cargo de las diversas áreas de la administración pública federal. Por ello dependió en exceso del priismo. El problema es que si en 2018, como se espera, vuelve a ganar la Presidencia de la República, estará el PAN casi como hace dieciocho años. Queda poco tiempo para atender este punto. Algo debe hacerse al respecto. Pero éste, es otro tema.


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