Escojan a su próximo dictador

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Mal comenzó esta campaña electoral. No habían transcurrido 72 horas de su apertura cuando el INE ya había ordenado a diversos partidos bajar sus primeros mensajes de campaña por calumniosos y ofensivos. Es como si en los primeros minutos de un encuentro futbolero los jugadores en lugar de esforzarse por colocar el balón en la portería del equipo contrario se hubieran desentendido de la pelota para insultarse y el árbitro se ocupara de exhibir tarjetas amarillas a diestra y siniestra. El inicio de la batalla política 2015 pasará a la historia como una de las más ríspidas y vacía de propuestas de las que se tenga memoria.

Lo inexplicable es que esta forma de lucha política es un suicidio colectivo de sus protagonistas. Nunca como ahora la clase política y sus partidos habían estado tan bajos en sus niveles de credibilidad y aprecio, como se revela en los sondeos de opinión pública. Pese a ello sus estrategas decidieron agotar las últimas reservas de respeto público que les quedaban desplegando campañas de contraste, basadas en mensajes negativos, para demostrar que todos son corruptos, farsantes e hipócritas, que nada los hace diferentes, que no vale la pena votar por ninguno, que da igual quién ocupe la curul o gobierne porque todos nos avergonzaremos de tales representantes. Una elección más de este tipo puede que no la soporte nuestra ojerosa y despintada democracia. Vayan escogiendo a su próximo dictador, algunos ya enseñan las orejas para el 2018.

En los partidos mexicanos se instaló la moda de las campañas negras hace tiempo, se convirtió en uso y costumbre a partir de que los mercadotecnistas sustituyeron a los ideólogos. Como las ideologías pasaron de moda por el “fin de la historia” proclamada por Francis Fukuyama y las grandes utopías dejaron de ser atractivas y creíbles para la mayoría de las mujeres y hombres del siglo XXI, el debate político serio, sustantivo y de propuesta, quedó relegado en el desván de los cacharros inservibles.

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Decenas de asesores políticos y ejecutivos de agencias de comunicación y publicidad, promotores de la política-espectáculo, tomaron las riendas de las estrategias de las campañas con su siniestro recetario de antipolítica: destruye a tu adversario, ataca sobre sus negativos. Lo que traducido a las prácticas vernáculas de nuestro refinado ambiente político se entendió así: acopia toda la suciedad que te sea posible saber sobre tu competidor, hazte de un ventilador y lanza esa porquería al ambiente. Tú serás rey, le dijeron las brujas a Macbeth.

Así vamos a las elecciones de junio. Nadie se hace cargo del tiradero que resultará de todo esto. Vendrán, sí, lamentaciones y denuncias, pero nadie podrá evitar que en este juego perverso y sin sentido triunfe lo peor de todos, el que haya tenido menos escrúpulos, el más hábil para violar la ley y saltarse las trancas para gastar a manos llenas en la compra de votos sin que la autoridad electoral pueda hacer nada efectivo para corregir esta depravación política. Sigue la vereda verde y te encontrarás con el arcoíris de los subsidios del tesoro público. Eso es todo, después de mí el diluvio.

¿Y quién cuida hoy a la patria? Concepto también en desuso. ¿Qué candidata o candidato será capaz de pensar sinceramente en el bien de México por encima de sus intereses partidistas y sus proyectos personales? ¿ No será hora de que los partidos desempolven sus recién elaboradas plataformas políticas y sus abanderados las presenten a los ciudadanos? ¿Seremos incapaces de articular una competencia de propuestas? Aún es tiempo de que esta campaña de 2015 no se convierta en el preludio del fin del sistema político, que con todas sus deficiencias es lo más parecido a la democracia que los mexicanos hemos podido lograr en 200 años de vida independiente.


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