Encuentre las diferencias

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De haberse realizado un operativo similar en nuestro país, inmediatamente los vividores de las tragedias exigirían una investigación de derechos humanos.

No hay manera de no sentirse solidario, conmovido, con lo sucedido en Francia en los últimos días. Y tiene una lógica: la defensa de la libertad de unos es la libertad de todos. Puede o no gustar el humor de Charlie Hedbo —en lo personal se me hace un recurso faciloide burlarse de las creencias de los demás— pero cada quién tiene derecho a sus burlas y a expresarlas.

Las marchas han sido impresionantes coinciden todos. Y cierto, lo fueron. También lo fue el operativo policiaco para ubicar y eliminar a los terroristas. También el que se haya presentado el presidente francés a la marcha. Recordemos que Hollande tiene, por lo menos hasta antes de los atentados terroristas, una popularidad bajísima (en noviembre contaba con un 13% ) y no recibió reclamos de la gente por presentarse. Al contrario, era su obligación marchar con su gente y en representación de su país ante los ojos del mundo.

Es en algunos de los señalamientos del párrafo anterior, que podemos encontrar algunas diferencias entre ambos países, por supuesto no son las únicas, a la manera de esos pasatiempos que aparecían en los periódicos con dos dibujos casi idénticos en los que había que encontrar cinco o siete diferencias en cada uno.

Y sí hay diferencias. Acá la defensa de la seguridad y el reclamo de justicia de las víctimas es inmediatamente politizado por un sector radicaloide que funciona como caja de resonancia de demandas legítimas que terminan en gritos difusos. Así, se echa a perder cualquier movimiento, se alejan las buenas voluntades, se espanta la legitimidad de un movimiento. Alrededor de la tragedia de Ayotzinapa hay muchos vividores. Desde tuiteros desfasados hasta profesionales de la violencia. En marchas tranquilas y multitudinarias, aquí, siempre hay encapuchados que terminan llevándose la foto o deslegitimando la marcha —cualquiera que sea de estos dos su objetivo, lo cumplen con creces—. Aquí, cualquier grupo se manifiesta con violencia y dice que son familiares de las víctimas y todo se les permite, ni siquiera se comprueba su supuesto parentesco. Basta montar un acto vandálico.

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El eficaz operativo policiaco en Francia ha sido aplaudido por doquier. Y con razón. Localizados los terroristas, fueron abatidos (como diría el gobierno peñista). De haberse realizado un operativo similar en nuestro país, inmediatamente los vividores de las tragedias exigirían una investigación de derechos humanos, los medios buscarían la versión de que los terroristas estaban desarmados; se harían marchas con fotos de los terroristas alegando su inocencia y se culparía al gobierno de la existencia misma de los terroristas porque se corrompieron comprando unas casas. Es el rumbo equivocado. Los franceses saben que el enemigo de su libertad es el terrorismo; aquí se cuestiona a la autoridad —y qué bueno, nunca hay que dejar de hacerlo—, pero no hay un bloque contra los criminales, que también nos quitan la libertad. Aquí, basta que uno mencione lo anterior para que le digan cómplice del gobierno y que está uno contra los estudiantes desaparecidos.

La lección policiaca en Francia es clara contra los terroristas: no los dejarán propagarse, no los dejarán en la cárcel para que sigan instigando la violencia: serán tratados en proporción. Aquí, un grupo de violentos asalta un camión y con eso quiere ¡tomar instalaciones del Ejército! Y no pasa nada. Qué lejos está Francia.

Nota: por un error de la mesa de edición de MILENIO, en mi texto del domingo pasado se omitió el primer párrafo en el que se mencionaba que el contenido del texto eran subrayados del libro La transparencia del mal, de Jean Braudillard. Valga la aclaración para lo que sea pertinente.


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