En 2015 se escenificará la mayor disputa electoral de la joven democracia mexicana. Es el calendario más grande, en términos de número de elecciones concurrentes y puestos de representación por elegir, desde que se instituyeron las rutinas electivas. Es el refrendo de medio término del partido del Presidente y la primera aplicación de la homologación de calendarios que introdujo la Reforma Electoral de 2007. Se renovará la Cámara de Diputados en su integridad: 300 diputados de mayoría relativa y 200 de representación proporcional que concluirán, junto con el Senado electo en 2012, la administración del Presidente Peña Nieto. Esto es, el Congreso con el que tendrá que lidiar, en términos de colaboración y control, la administración actual.
Dieciséis elecciones locales concurrentes, sin contar el proceso electoral en el estado de Chiapas que por resolución de la Suprema Corte inexplicablemente se difirió a otra jornada electoral, a pesar de la regla expresa que ordenaba sincronizar las fechas locales con la jornada comicial federal del primer domingo de junio. Nueve elecciones para gobernador que reflejan nuestra cotidianidad plural: seis estados que han alternado gobiernos postulados por dos diferentes partidos (Guerrero, Michoacán, Nuevo Léon, Querétaro, San Luis Potosí y Sonora); dos que nunca han experimentado alternancia partidaria en el poder ejecutivo, pero donde el resultado electoral se ha fijado en diferenciales de un dígito (Campeche y Colima), y una entidad federativa con triple alternancia PRI-PRD-PAN (Baja California Sur). 907 ayuntamientos que, en su gran mayoría, se beneficiarán de la regla de la reelección consecutiva y, en consecuencia, de mandatos potencialmente mayores a los disfuncionales trienios actuales. 1,579 cargos de mayoría relativa en juego. En suma, poco más de la mitad de la población del país estrenará autoridades políticas.
Es también una elección con ingredientes inéditos, otros que parecían desterrados de nuestra realidad política y ciertas tensiones políticamente correctas pero peligrosas para el pluralismo democrático. Destaco cinco: la autonulificación de la alternativa, la fragmentación de la izquierda, la ilegalidad como recurso electoral, la emergencia (dícese de lo que emerge) de las candidaturas independientes y el abstencionismo como expresión de protesta.
La autonulificación de la alternativa o, mejor dicho, el riesgo del PAN. Frente a un gobierno sin legitimidad, sin credibilidad, sin ideas, sin agenda y recurrentemente acosado por el abuso de lo público, el PAN no ha logrado situarse como la alternativa natural, ésa a la cual el elector voltea a ver cuando advierte que las cosas nos van bien. Sin duda, la estrategia de colaboración ha sido la correcta. Nada extraño en nuestra historia: el Pacto por México no enseñó a los panistas el sentido de la responsabilidad. Fuimos factor de estabilidad política y económica, creamos instituciones en momentos en los que no había incentivo político alguno a colaborar con el régimen y cuando la izquierda todavía coqueteaba con las tentaciones revolucionarias. El PAN introdujo y defendió el instinto del diálogo en coyunturas que lo hacían políticamente costoso. Para ser alternativa, no basta con proponer o votar una reforma correctiva. No vamos a conquistar la confianza a base de iniciativas alternativas, proponiendo cambios a las del gobierno que se difuminan en el trámite parlamentario o contestando decálogos. El PAN debe ser contrapeso efectivo: denunciar, incomodar, criticar, sin renunciar a articular soluciones a los problemas colectivos con creatividad e interlocución social. Oponerse a las ocurrencias y a las malas decisiones con firmeza y claridad. Expiar nuestros errores en el gobierno como aprendizajes de una institución llamada a perdurar en el tiempo. Tejer una oferta creíble, responsable, que ataje el canto de las sirenas de la antipolítica, centrada en las preocupaciones reales de la gente. Y esa tarea, inevitablemente, pasa por reconocer lo que hicimos bien cuando fuimos gobierno: la estabilidad económica, la vigencia de las libertades, la siembra de la rutina de la transparencia, el respeto al pluralismo, la autocontención ética en el ejercicio del poder, la mesura en la disposición de lo público.
El PAN no le debe nada al gobierno. No se puede autonulificar bajo el amago de que hay pendientes por cobrar, que el pasado está por revisarse, que hay expedientes por abrir o resucitar. Los fracasos más evidentes de este gobierno son su fallida gestión económica y la frivolidad en las formas del poder. Y justo ahí, precisamente ahí, en la simplicidad de lo que más duele y ofende a los mexicanos, está la nuez de nuestra campaña. Seremos oposición a medias si frente a las casas inexplicables, los helicópteros como ambulancia familiar y los viajes reivindicatorios a la sierra Tarahumara para mostrar cristiana sensibilidad social en medio de un impresionante despliegue de seguridad, dejamos de denunciar y nos limitamos a defender un sistema que, quizá y si acaso en el futuro, para otros gobiernos y otros políticos, inhiba la práctica abusiva. Seremos oposición nula si no le ponemos nombre y apellido a los problemas, si no exigimos responsabilidades, si no restituimos las piezas de la maquinaria que no funcionan.
A menos que se autonulifique, el PAN tiene la campaña electoral hecha: decir, sin complejos, que hemos luchado por más de siete décadas por hacer de la política el espacio del entendimiento, de la libertad, de la responsabilidad. El espacio, pues, de lo común…
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