El valioso legado de don Luis

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Un día de abril de 1956, se acaban por tanto de cumplir sesenta años, un joven empresario chihuahuense que andaba en los 36, originario de Camargo pero avecindado en Ciudad Juárez, invitado por amigos que militaban en Acción Nacional accedió a acompañarlos a la capital del estado para presenciar “por curiosidad” –según él mismo lo reconoció muchos años después- la convención panista que elegiría candidato a gobernador para las elecciones de ese año.

Muy atento estaba el invitado curioso observando “qué asuntos se trataban, qué tipo de personas acudían” a ese encuentro político, cuando sin saber cómo tuvo frente a sí nada menos que a Manuel Gómez Morin, el gran mexicano del siglo XX, quien le dijo: «Soy portador de una invitación que los panistas de Chihuahua le formulan para que usted forme parte de la lista de precandidatos”.

Sin reponerse de la sorpresa, el joven empresario apenas alcanzó a decir que no tenía intención de participar y que además él, Gómez Morin, ni siquiera lo conocía. El fundador de Acción Nacional le respondió: “En efecto, yo no lo conozco, pero los panistas de Chihuahua dicen conocerlo y lo están proponiendo”.

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Ese día el invitado procedente de la frontera concluyó la jornada convertido en candidato panista a gobernador de Chihuahua para las elecciones de 1956. Su nombre: Luis Héctor Álvarez, quien de inmediato se dio a la tarea de organizar y llevar a cabo una extensa, sólida, exitosa campaña electoral, que pronto sacudió la conciencia ciudadana. Fue necesario un escandaloso fraude electoral para imponer al candidato designado desde Los Pinos.

Ante el brutal atropello, la inconformidad entre numerosísimos chihuahuenses se generalizó, las protestas se multiplicaron, se realizó una larga caravana de autos que llegó hasta la ciudad de México para hacer público el fraude y exigir justicia electoral, que no se logró. Pero surgió un dirigente cívico excepcional por su generosidad, valentía, sencillez y calidad humana, perseverancia, congruencia, rectitud y fidelidad a sus propias convicciones, de todo lo cual dio ejemplar testimonio a lo largo de sesenta años hasta que concluyó, el pasado 18 de mayo, su existencia terrena.

Con el título de La política: júbilo y esperanza, hace un par de años se publicó un libro con la correspondencia entre Gómez Morin y Luis H. Álvarez. En ese rico intercambio epistolar, se encuentran perfilados los mencionados rasgos característicos de la personalidad de don Luis. Haré sólo referencia a un par de ellos.

Sobre su sencilla humildad, no fingida. Apenas electo candidato presidencial del PAN en noviembre de 1957 para las elecciones federales de 1958, en diciembre ya estaba en campaña y visitó Torreón.

En extensa carta que el 26 de diciembre dirigió a Gómez Morin, entre otras cosas le dice: “Me he quedado con la preocupación de que hice mal al hacer alusión al candidato del partido oficial [López Mateos] en el mitin de Torreón”. Y párrafos más adelante escribe: “está bien que cuantas veces sea necesario se me llame la atención, cosa que no solamente no me molesta sino que por el contrario yo agradezco profundamente” (págs. 94-95).

Sobre su fortaleza moral y dignidad. Después de su campaña presidencial (la más extensa y extenuante jamás realizada, pues visitó más de 500 poblaciones), el régimen trató primero de cooptarlo. Cuando esto no fue posible, desató entonces feroz persecución contra sus negocios. En carta fechada el 15 de septiembre de 1958 le informa a Gómez Morin: “Siguen escuchándose los ‘cantos de sirena’. En días pasados un colega textil me decía (curándose en salud al asegurarme que con toda energía había rechazado el encargo) que le habían querido dar la comisión de hacerme una invitación para comer con quien Ud. ya puede imaginarse”, seguramente –creo yo- el presidente de la República saliente o el entrante. [p. 133]

Hoy, con su partida, deja a los mexicanos su valioso testimonio de entereza y dignidad. Descanse en paz, Luis H. Álvarez.


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