El recuento

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El pluralismo político no estriba exclusivamente en la existencia de diversos partidos políticos con alternativas distintas, sino en que esto se traduzca en la toma de decisiones, cuando no se dispone de la mayoría absoluta.

En un sistema de partidos políticos como es el que tenemos en México, esto debiera ser práctica común, toda vez que se trata de instrumentos sustantivos para la participación política.

La generación de consensos fortalece la legitimidad del ejercicio del poder público, no hay nada más gratificante y legitimador que una política de gobierno que resulte de la suma de aportaciones y de la cantidad y calidad de cesiones, en pro del interés público.

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Todos los mecanismos legales que hacen esto posible se convierten en la garantía misma de las libertades políticas, en carriles para la alternancia en el poder de las diferentes opciones que gesta el PLURALISMO POLÍTICO.

En una sociedad democrática no se conciben los procesos eleccionarios como si fueran carreras de caballos en las que el ganador vence por una cabeza al más cercano de sus competidores, y sin que haya lugar para la reflexión sobre su apretado triunfo.

Los efectos de una actitud de esta naturaleza pueden ser devastadores. El PRI acaba de ganar las elecciones de Diputados Federales con un 30 por ciento del listado nominal, y su alianza con el PVEM, al amparo de una campaña basura, como lo apunta el informativo español “El País”.

Así obtuvieron para el gris gobierno de Enrique Peña Nieto la mayoría parlamentaria en San Lázaro, de modo que no es para vanagloriarse.

La nota publicada esta semana en “El Universal”, en la que se da cuenta de las declaraciones del presidente Peña ante la comunidad libanesa con la que se reunió, subrayando que el resultado del 7 de junio obedeció al “buen desempeño de su gobierno”, exhibe una vez más que quienes lo asesoran lo odian, o que de plano es otro de sus dislates cotidianos.

Y tampoco está para festejos que mi partido, Acción Nacional, haya quedado como segunda fuerza política. Ni siquiera conservamos el número de Diputados de la Legislatura saliente. A estas alturas ya debemos de estar conscientes de que buena parte de nuestros electores prefirieron quedarse en casa.

El PAN no es un partido de masas, nuestros votantes principales son clasemedieros. Son precisamente los mexicanos que se sienten asfixiados por la carga impositiva que les endilgaron el PRI, el PVEM, el Panal y el PRD, y la nula empatía que el Gobierno ha mostrado a sus sacrificios, aunque los legisladores panistas la hayamos votado en contra, porque nos consideran parte de lo mismo.

Tampoco nos perdonan nuestra incapacidad para arreglar nuestras diferencias internas, ni las conductas huérfanas de los principios que nos hacían distintos y distinguibles, ni la “tolerancia” hacia las mismas de los dirigentes en turno.

Al PAN sí se las cobra el electorado. Hemos ido perdiendo credibilidad y confianza. Las evidencias están a la vista.

Y también la falta de trabajo ordenado y permanente con la comunidad de la que somos parte. De modo que no caben los discursos triunfalistas. Hay mucho que reconsiderar…¡ah! y disculpas que pedir. No nos vendría mal a muchos, aunque sea, un poquito de humildad.

Una dosis mayor de cultura democrática, de civismo -porque la democracia se hace en mucho con participación de la sociedad- evitaría nostalgias de partido único y retrocesos a tiempos de hegemonía y autoritarismo.


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