El priismo sigue como en los viejos tiempos

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En todo sistema, por ser sistema, de una u otra manera lo que suceda a alguna de sus partes, afecta a las demás. En una democracia, cuya existencia sencillamente es imposible sin la existencia a su vez de partidos, según lo ha señalado de manera reiterada el reconocido teórico Giovanni Sartori, los partidos forman –lo quieran o no- un sistema. Un sistema de partidos.

Podrá haber diversos tipos de sistemas de partidos, que el mismo Sartori ha estudiado con la profundidad y cuidado que lo caracterizan, de manera tal que ha establecido su conocida tipología de sistemas de partidos, pero de que éstos –para bien o para mal- necesariamente se integran en sistema, de eso no hay duda.

Un caso aparte lo es el de los regímenes de partido único, al estilo comunista, que por ser uno solo el partido autorizado, lógicamente no forman sistema. Pero en este caso no estamos hablando de un régimen democrático sino abiertamente antidemocrático o totalitario. En resumen, la democracia sólo puede funcionar a través de partidos, y éstos necesariamente forman un sistema.

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¿A qué viene lo anterior? A que en días pasados el Partido Revolucionario Institucional designó a su presidente nacional, en sustitución del anterior que se marchó luego de la tremenda paliza recibida por su partido en la jornada electoral del pasado 5 de junio, como si él hubiera sido el único responsable de esa golpiza. El hecho es que se fue y había qué sustituirlo.

Bueno, por increíble que parezca, al menos a estas alturas, el proceso de sustitución en la presidencia nacional priista se llevó a cabo siguiendo puntualmente los más añejos cánones, tan ridículos como grotescos, que ingenuamente muchos suponían olvidados en el pasado.

Pues ya lo ven que no. Formas, rituales, solemnidades y modos que se creían definitivamente superadas, regresaron como en los viejos tiempos.

Desempolvaron por ahí alguna añeja convocatoria, le cambiaron fecha y la lanzaron para dar inicio al proceso de simulación pura, de pura simulación, que si hace medio siglo ya no engañaba ni al más bobo, hoy menos. Tan tramposo es tal proceso que, por ejemplo, los requisitos que impone para el registro de aspirantes a la presidencia partidaria parten del supuesto de que sólo puede haber uno. Y no más. Abren el periodo de registro exactamente un par de horas, para dar espacio a la inscripción del ungido por el dedo del Presidente, con su correspondiente tumulto, y de nadie más.

Desde que el presidente de la República, por razones que desde luego guarda en su real pecho, designa al afortunado para el cargo, se producen casi de inmediato extraños fenómenos. El primero, que de repente todo el oficialismo ve en el agraciado, por más gris que haya sido su trayectoria, virtudes, cualidades, méritos y talentos que curiosamente hasta la víspera nadie había advertido. Justo como es el caso en esta ocasión del señor Enrique Ochoa Reza.

Resultado pues de esa rara especie de telepatía colectiva, viene a continuación el apoyo unánime de los priistas al mismo y único candidato a supuestamente dirigirlos. Luego se presenta el vergonzoso espectáculo de la cargada, tan típicamente priista.

Ahora bien, lo que ocurra en el priismo, ¿puede o debe interesar a quienes no simpatizan con ese partido? Sí, en la medida en que afecta al sistema de partidos. Tan claro es esto que en los últimos años se ha generalizado la frase “todos los partidos son iguales”. El tema entonces no puede ser ajeno, en especial si como se observa en los últimos años, ciertos comentaristas y medios, seguramente de manera interesada, insisten en este punto.


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