El pastor Norberto

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Uno de los problemas legendarios de la Iglesia católica han sido sus nexos con el poder terrenal, concretamente el poder político, los gobiernos. Por supuesto que también ha jugado de noble manera del otro lado de la moneda. Ha habido muchas revoluciones, movimientos sociales, inimaginables sin esa institución. A un lado —pero muuuy lejos— de los que gustan del boato del poder, de los monstruos de la pederastia, hay miles de sacerdotes y religiosos cuyo compromiso con los pobres define el sentido verdadero de esa religión.

En ocasiones entender los movimientos de la Iglesia cuesta trabajo. Como, en efecto, su reino no es de este mundo, no se mueven con las prisas que requiere cualquier gobierno o institución. Por decir algo, si el Grupo Atlacomulco —hoy en el poder— lleva grillando 70 años, la casa de Pedro lleva poco más de 2 mil. Son plazos diferentes, la Iglesia puede callar algo en el corto plazo porque sabe que en 80, 90 años lo va a cobrar.

Pero entender esos tiempos no le quita en absoluto las chispas y el coraje que provocan algunos de sus personajes que gozan de ser personajes de la vida pública nacional. Debe haber muchos, pero quizá uno de los más despreciables y grotescos es Norberto Rivera. Este hombre que aparece de pronto en las grandes fiestas de nuestra clase política, a bordo de coches de lujo, es del tipo de personas que vienen a darle al traste a una Iglesia con vocación social como la que, podemos interpretar sin temor a equivocarnos, busca el papa Francisco.

Como la mayoría de los mortales, desconozco las grillas vaticanas. Ignoro el papel que juega Rivera en esos enjuagues, aunque dudo que sea un sujeto atractivo en términos pastorales para sus compañeros cardenales. Aunque, claro, nunca mejor dicho: de todo hay en la viña del Señor.

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No deja de llamarme la atención el que cierto sector de opinión haya puesto el grito en el cielo por las anomalías en el matrimonio eclesiástico del presidente Peña. Aunque no deja de sorprenderme esa actitud de conservadurismo recalcitrante, esas son decisiones de cada quien. Lo que puede resultar indignante para cualquier católico es el triste papel de los representantes de la Iglesia, haciéndola de coyotes de un gobernador. Lo peor es que a nadie sorprende que el cardenal Rivera esté metido en alguna maniobra, en algo chueco. Con esos representantes quién sabe para cuándo logre el catolicismo los cambios que algunos buscan —recordemos que son más los que se oponen a cierta modernización—, pero, bueno, como ya dijimos: no les corre prisa.

Por lo pronto, no dejará de ser lamentable ver cerca del papa la figura nefasta de Norberto Rivera, pastor de poderosos, comprometido con las más lastimosas prácticas en este país.


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