El partido como tapadera

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Por un deformado sentido del compañerismo y una retorcida forma de la solidaridad, en los partidos se protege a quienes delinquen o a quienes actúan con irresponsabilidad insolente.

Mal empieza la gestión de Carlos Navarrete. Su actitud en el caso de Guerrero pinta a un político muy distinto al que nos tenía acostumbrados en su larga trayectoria. Tratar de proteger a como dé lugar al gobernador de Guerrero, no habla de un hombre de izquierda preocupado por la masacre de jóvenes estudiantes; tampoco habla de un líder partidista progresista comprometido con quienes están en condiciones de pobreza y se les arrebata de manera salvaje a sus hijos; lo que hemos visto estos días de Navarrete es a un cuidavotos. Un hombre temeroso de perder una elección por tener que afrontar una responsabilidad pública de uno de sus gobernantes.

Sin lugar a dudas le ha tocado a Navarrete iniciar su mandato con, quizá, una de las más adversas situaciones que haya afrontado su partido en los últimos años: un asesinato masivo que tiene conmocionado al país y a buena parte del ámbito internacional. Difícil circunstancia para estrenarse en un puesto tan anhelado y para el que tantos años luchó para verse empañado con el olor y el color de la sangre joven y humilde en un estado y un municipio gobernado por compañeros de su partido.

Por un deformado sentido del compañerismo y una retorcida forma de la solidaridad, en los partidos se protege a quienes delinquen o a quienes actúan con irresponsabilidad insolente. Los partidos no son para eso. También están para denunciar las conductas de sus militantes. Gobernar un estado es una responsabilidad mayúscula, desgobernarlo es mayor.

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No es la primera vez que el PRD funciona de tapadera en asuntos que tienen que ver con la desfachatez de alguno de sus gobernantes y con los vínculos de algunos de ellos con el crimen organizado. Ahí está el Michoacán que dejó Leonel Godoy; ahí están las imágenes de Julio César Godoy al tomar protesta como diputado federal, lo que hizo al llegar a escondidas en camioneta de perredista notable y esconderse en oficina de otro perredista notable. Finalmente, el desde hace varios años prófugo por su colaboración con el crimen organizado, rindió protesta escoltado, entre otros, por el priista y hoy gobernador de Coahuila, Rubén Moreira. No los juntaba su sentido de justicia, sino su antipanismo, así éste los llevara a proteger a miembros de un sanguinario cártel. Esa imagen es parte de la historia del crimen organizado en México.

Que Navarrete promueva la expulsión del ex presidente de Iguala Jesús Abarca, es una medida correcta pero ese partido actuó a destiempo. Parece mentira que el siempre señalado, el vilipendiado por todos, René Bejarano fuera quien denunciara a su compañero munícipe de tortura y asesinato el año pasado. Como respuesta a esa denuncia, el dirigente perredista ha pedido disculpas por haber postulado en Iguala a “un candidato externo”. Caray, hasta para las disculpas es medido.

Punto y aparte merece el absoluto silencio de la PGR y la Segob a la denuncia de Bejarano. Él entregó los papeles el año pasado, ¿por qué no se actuó?

Un partido tiene la obligación de opinar, y actuar si el caso lo amerita, sobre las conductas de sus militantes. Navarrete ha preferido poner un manto sobre Aguirre. A pregunta expresa, dijo que si Aguirre se iba también se tenían que ir Eruviel del Estado de México y Cantú de Tamaulipas. Bonita manera de tener en consideración a los asesinados en Guerrero: que se vaya el gobernador de Tamaulipas. Lo dicho por el flamante presidente del PRD es una muestra de por qué no avanza la colaboración entre los distintos órganos de gobierno. Por lo pronto, ya sabemos que Navarrete no saca la basura de su casa hasta que lo hagan los de enfrente. Acabará inundado.


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