El muro de Berlín y Ayotzinapa

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Quizá este texto debió haberse escrito hace una semana, para que hubiera estado más cercana su publicación al día 9 de noviembre. En esta fecha, como se sabe, se cumplieron 25 años del que se conoce como el día en que "cayó el muro de Berlín". En sentido estricto esta barda de ignominia no se derrumbó físicamente ese día o los que le siguieron. Pero finalmente cayó, en todos los sentidos, y ahora a la distancia de un cuarto de siglo nos ayuda a reflexionar.

Por una de esas coincidencias que a veces la vida ofrece, me tocó estar en Berlín precisamente el día jueves 9 de noviembre de 1989 y hasta el domingo 12. Fue una experiencia inolvidable, de esas que permanecen en el recuerdo para siempre y se tienen presente como si ayer hubieran sucedido.

Dos o tres meses antes, la Fundación Konrad Adenauer invitó a seis mexicanos a visitar distintas ciudades de la entonces República Federal de Alemania, para conocer el funcionamiento en la realidad de la economía social de mercado. Para ello la mencionada Fundación organizó entrevistas con funcionarios públicos de ese país, académicos, periodistas especializados en la materia, parlamentarios y dirigentes empresariales y sindicales. Entrevistas todas sumamente interesantes, que se complementaron adecuadamente con otras actividades, como visitas a museos, sitios de interés y funciones de ópera, entre otros.

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Con el rigor que los caracteriza, los alemanes de la Fundación Adenauer elaboraron la agenda de la visita, con duración de quince días y señalamiento preciso de cada actividad a desarrollar en cada una de las jornadas, horarios, personas a entrevistar, ubicación exacta de los lugares a visitar y datos completos de toda la logística. La invitación se hizo a seis personas, entre éstas a tres políticos, y a mí me tocó -siendo diputado federal- por Acción Nacional.

Cuando varias semanas antes conocimos el programa de la visita, jamás nos imaginamos que el día de la llegada a Berlín procedentes de Bonn, el 9 de noviembre de 1989, iba a ser exactamente el día en que después de más de 28 años los berlineses del Este podrían pasar casi sin mayores restricciones a Berlín Oeste. Aunque fue algo indescriptible, traté sin embargo de describir la experiencia lo mejor que pude en varios textos que entonces publiqué, con todo de lo que tomé nota, que no fue poco, pues casi me amaneció en las calles de aquella ciudad enloquecida de júbilo, del que participé.

Pero algo entonces se quedó en el tintero. Cuando nuestro guía de la Fundación, de nombre Hans Wise, nos acercó lo más que pudo al Muro a la altura del Bundestag, vimos numerosas cruces con los nombres y la edad de quienes por ahí murieron y la fecha en que fallecieron en su intento por huir del "paraíso". Me llamó poderosamente la atención ver que muchas cruces correspondían a jóvenes que apenas en mayo anterior ¡hacía menos de medio año! habían encontrado ahí la muerte en su afán por encontrar la libertad.

Me parecía increíble aquello, que en pleno siglo XX y en una nación considerada altamente civilizada, se dieron esos hechos de impresionante salvajismo y barbarie. Pensé entonces que en México el autoritarismo, después del 68 y del 71 que parecían ser la excepción, tenía otros métodos menos primitivos y menos crueles, entre ellos la cooptación por ejemplo, para obtener los mismos resultados. Pero después de Tlatlaya y Ayotzinapa, en los que la delincuencia organizada se conecta con lo peor del sistema político, queda la convicción de que en materia de convivencia social hemos retrocedido siglos.


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