El investigador y los expertos

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Imagino que Virgilio Andrade jamás pensó que su nombramiento, o un puesto que fuera a ocupar, generaría tal impacto mediático. Medio día en medios de su reciente cargo puede ser equivalente a lo que generó en notas como consejero del IFE —en el que destacó por su seriedad y capacidad de debate.

Entre los múltiples problemas y cuestionamientos que suscitó tanto a nivel nacional como internacional (a este gobierno le gusta hacer las cosas bien, y si va a escandalizar lo hace para todo el mundo) fue que no era muy aceptable que se nombrara a un subordinado para investigar al Presidente, y menos aún cuando el propio jefe del flamante investigador dijo, en la ceremonia de posesión, que investigaría “algo que en realidad no ocurrió”.

Cualquiera puede imaginarse, después de escuchar esas palabras, el derrotero de la investigación. Para colmo, el propio Virgilio se hace retratar en su oficina. En primer plano, aparece él y atrás un cuadro del presidente Peña más grande que el nuevo secretario. Por si alguien dudaba de la autonomía.

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Ahora bien, según se nos anunció, Andrade no estará solo. Una comisión de expertos independientes deberá avalar la investigación. Hace un par de días en su artículo, Héctor Aguilar Camín escribió que lo que procedía para “rescatar la credibilidad del mecanismo” era que las cosas se tendrían que invertir. Esto es, que Andrade renunciara a la investigación y que la tomara la comisión de “expertos”.

El tema es quiénes se atreverán a formar parte de ese grupo supervisor o, quizá, investigador. Porque andar a la búsqueda de ciudadanos impolutos que jamás han saludado a nadie del PRI para que no haya duda de ellos, va a estar difícil. O dejar entrar a un “loquito” que a la primera de cambios diga que quemaron las pruebas que incriminaban a Peña, a su esposa y a su abuelita en un gigantesco contubernio de intereses que haría palidecer a José Murat, también es muy delicado.

Parece que diseñaron su propia trampa con tal de salir del paso. Pero todo está por verse. Virgilio, hombre leído, debió recordar un párrafo de Memorias de Adriano, de Yourcenar: César tenía razón al preferir el primer puesto en una aldea que el segundo en Roma. No por ambición o vanagloria, sino porque el hombre que ocupa el segundo lugar no tiene otra alternativa que los peligros de la obediencia, los de la rebelión y aquellos aún más graves de la transacción.


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