El deber panista

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El PAN enfrenta, una vez más, un enorme reto en el proceso interno para elegir nuevo dirigente. La razón principal de la crisis panista no está en los resultados electorales, sino en el abandono de sus principios.

Sabedor de que no hay causas victoriosas,
me gustan las causas perdidas:
éstas exigen un alma entera,
tanto en la derrota como en sus victorias pasajeras.

Albert Camus

 

Hace 21 años ingresé al Partido Acción Nacional, después de renunciar al PRI —como todos— por no ser postulado al cargo de senador que creía merecer. Me encontré, como en todo partido, con gente de la más diversa condición humana. Difícil mencionar a los muchos que admiré —y admiro— por sus notables atributos, en particular cinco seres de almas bellas y talante señorial: Alejandro Avilés, Alfonso Arronte, Juan José Hinojosa, Eugenio Ortiz Walls y Gabriel Palomar. Cómo disfruté de sus pláticas, cómo aprendí de sus ejemplos. Personas con una justipreciada autoestima, con un espléndido don de sí y, sobre todo, con un gran amor a su partido. ¡Qué pasión ponían al relatar las muchas anécdotas de la larga marcha de una noble institución en su ideal de hacer más grande a México!

 

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Me considero un ser privilegiado, pues la vida me dio la oportunidad de cultivar la amistad de tres extraordinarios intelectuales que superaron el cotejo entre dichos y hechos: Carlos María Abascal, Carlos Castillo Peraza y Alonso Lujambio. ¡Cuánta falta hacen hoy personajes de esa estirpe! ¡Qué nostalgia por ser iluminados por sus pensamientos! Don Luis H. Álvarez dice: “Si hoy somos es porque ellos fueron, y gracias al modo en el que fueron. Si hoy estamos es porque ellos estuvieron, lúcida, responsable y generosamente, atentos a su momento y visionariamente proyectados hacia el futuro”.

 

Lo anterior viene a cuento porque el PAN enfrenta, una vez más, un enorme reto en el proceso interno para elegir nuevo dirigente. La razón principal de la crisis panista no está en los resultados electorales, sino en el abandono de sus principios. El poder ha obnubilado no sólo al PAN, sino también a todos los partidos políticos, lo importante es arribar al cargo público sin importar cómo.

 

La democracia es un sistema de instituciones y éstas no pueden cumplir sus fines si los responsables de dirigirlas dan prioridad a sus ambiciones personales, olvidando sus deberes. Si un partido relega sus principios será desdeñado por sus militantes, ésa es nuestra crisis.

 

Es totalmente falso el debate entre servir al PAN o servir a México. Quien así lo crea, insulta a los millones de mexicanos que conciben a Acción Nacional como un instrumento eficaz para servir a México. Las víctimas de un PAN endeble son el pueblo mexicano y las próximas generaciones, que carecerán de una trinchera para defender la dignidad y la ciudadanía.

 

La memoria no es una acumulación de recuerdos inertes. Éstos, por el contrario, son detonadores permanentes del cambio razonado y motivación de viejos compromisos a cumplir. Siguen siendo vigentes dos reflexiones. Una de Efraín González Luna: “La recta conducta política permanente, racional y enérgica es lo único que puede salvarnos”. La otra, de Manuel Gómez Morin: “La responsabilidad de los hombres buenos es muy grande y sus consecuencias son pesadas”.

 

Este último escribió un texto sobre su generación, denominado 1915, año en que murió Porfirio Díaz, quien fue leal a su lema: Orden y progreso. El fundador del PAN hablaba de una nueva política, con un conjunto de ideales, y de un México que emanaba de la Revolución. El dilema sigue siendo vigente.

 

El mínimo deber de los panistas es proteger a la institución de quienes quieren dañarla. No son pocos y están dispuestos a utilizar las peores armas. No perdamos lo esencial: la permanencia de una institución que, en el balance, ha sido, es y será útil a México.


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