El capo, la diputada y el cerillo

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La vinculación del crimen organizado con diversos sectores de la sociedad es algo de sobra conocido. Quizá ha sorprendido que una actriz como Kate del Castillo tuviese vínculos —ya sean profesionales, comerciales o amistosos— con El Chapo Guzmán. Pero encontrar nexos de estos delincuentes con empresas —sin contar las muy grandes—, policías, gente del ámbito gubernamental y político es algo que se ha comprobado en diversos países y que está de manera fija en el imaginario público.

El caso de la diputada sinaloense Lucero Sánchez es el más reciente. Se trata de vínculos cercanos de un capo poderoso —como El Chapo— con una legisladora local que formaba parte de la bancada panista en Sinaloa hasta hace unos días. Es una información que tiene varios meses en los medios. A mediados del año pasado se supo que la diputada había visitado al capo en el reclusorio con documentación falsa.

El PAN nada dijo, se hizo a un lado ¿Qué tenía la diputada de especial? ¿Qué fuero la protegía en el PAN? Germán Martínez —hombre que conoce al blanquiazul al derecho y al revés— se preguntaba hace unos meses en un artículo (Reforma, 22/07/15): ¿Quién, cómo, dónde y cuándo se firmó en el PAN esa candidatura? Respetando su vida personal, y puesto que se trata de una persona sin credencial panista, el Comité Nacional debió autorizar la postulación. ¿El CEN tiene un compromiso secreto? ¿Qué virtudes tuvo? ¿Sólo es un ingenuo cumplimiento de la cuota de género? ¿Nada saben ni nada tienen que decir el gobierno de Sinaloa, ni el presidente del PAN en ese estado?

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Las preguntas del ex presidente siguen en el aire. Acostumbrada a vivir en la penumbra, la presidencia panista de Ricardo Anaya creyó que el tiempo taparía las cosas. Dicen los que lo conocen que suele comentar en crisis que se pone «un casco dos semanas y luego regreso a la normalidad». A saber de qué es su casco porque el tiempo pasó y el presidente panista siguió en lo suyo: estar escondido; el narco siguió en lo suyo: estar fugado. Y la diputada también siguió en lo suyo: visitar al capo. Seguramente la semana pasada el gobierno avisó al partido que detendría a la diputada. Hasta ese día se le pidió a la señorita que dejara la bancada panista. Varios meses después. Anaya nombró una comisión que tendrá que entregar nombres y apellidos, porque de no ser así nadie le creerá nada.

Pero llama la atención que con esa lentitud y ese miedo reacciona quien prometió cambiarle la cara al PAN; que un día nombra a alguien para investigar la corrupción en el partido y otro día a otro para investigar a una diputada ligada al narcotraficante más buscado del mundo. ¿Pues qué pasa en ese partido que hace esos nombramientos? ¿Y qué pasa que no sale a decir nada hasta que los problemas le explotan en la cara? No lo sabemos. Lo que es claro es que es un cerillo que con nada se enciende: es un cerillo mojado.


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