“…El dolor que originan nuestra voluntad o nuestra ineficacia…”
Don Manuel Gómez Morín
Eran cerca de las 4:30 horas y el silencio de la noche provocó que ese grito de auxilio se escuchara con más intensidad. Era la voz de un hombre joven que después de un golpe que parecía haber derribado la puerta de nuestra casa, gritaba: ¡Una ambulancia por favor! ¡Una ambulancia!
Me levanté buscando de dónde provenía la voz que se escuchó un par de veces más, pero la oscuridad me impedía ver a quien pedía ayuda, así que llamé a un número de emergencia y en unos cuantos minutos, se escucharon las sirenas de un par de ambulancias y se alcanzaban a ver también las luces de algunas patrullas. La voz del joven no se escuchó más y el silencio volvió a reinar nuevamente, aunque era ya imposible conciliar el sueño.
Muy temprano al día siguiente, fui a donde suponía había sucedido el accidente y aparentemente no había huellas del mismo, pero algunos vecinos ya contaban cómo unos jóvenes habían estrellado su automóvil al conducir con exceso de velocidad y en aparente estado de ebriedad. El accidente había sido terrible.
Pensé en ellos y también en sus familias y en cuánto estarían lamentando un accidente que a todas luces era evitable. Pensé también en el dolor que estos jóvenes habían causado a otros, a quienes muy probablemente iban muy temprano a trabajar y tuvieron la mala fortuna de toparse con ellos. Seguía escuchando ese grito de dolor y pensé también en las ambulancias que los mexicanos hemos pedido en diferentes etapas de nuestras vidas como sociedad.
Por supuesto hemos enfrentado dolores inevitables, como los desastres naturales, epidemias, crisis económicas que se generan desde el exterior, entre algunos otros. Sin embargo, la gran mayoría de nuestros dolores se hubieran podido evitar.
No es lo mismo enfrentar una crisis financiera internacional con finanzas públicas sanas, que hacerlo con deudas y abultados déficit. Los años 80 nos enseñaron lecciones realmente dolorosas de pérdida de patrimonios, aumento significativo de mexicanos en pobreza y cancelación de oportunidades.
No es lo mismo enfrentar al crimen organizado con instituciones fuertes y confiables, a hacerlo con altos índices de impunidad, corrupción y complicidad.
No es lo mismo competir con costos atractivos en el mercado global que hacerlo con costos paralelos, algunos de ellos visibles y otros ocultos como el pago de cuotas, sobornos y todos los que provocan la inseguridad y la desconfianza.
Algunos de nuestros dolores más profundos y costosos que nos colocan incluso en los primeros lugares “negativos” del mundo, son a todas luces evitables: primer lugar en obesidad infantil y en estrés laboral del mundo; primer lugar en embarazos de adolescentes entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE); segunda posición en los indicadores de impunidad respecto a cerca de 60 países en el mundo, y primer lugar de bulliyng escolar en el 2014 de la OCDE.
Cada dolor evitable tiene al menos dos facetas, la primera que nos obliga a reconocer quiénes, dónde y cuáles son las causas, si en verdad queremos corregirlos. Y la segunda, es la oportunidad que representa saber que tenemos la capacidad para transformar y corregir caminos andados para que ese dolor desaparezca.
¿Cuánto dolor evitable tenemos en nuestras familias, en nuestra comunidad? ¿Cuánto dolor evitable tenemos en muchas de nuestras actitudes y maneras de comportarnos? ¿Cuánto dolor evitable generamos a los demás?
Hoy que nuevamente recorro algunas regiones de nuestro país, se escuchan llamadas de auxilio fundamentalmente por los dolores evitables que por muy diversas razones no hemos sabido resolver. La ciudadanía ha mostrado una ejemplar solidaridad frente a dolores inevitables y hoy también manifiesta una enorme exigencia para cerrar el paso a aquello que les lastima y a todas luces es evitable.
Las palabras de Don Manuel Gómez Morín están más vivas que nunca: “el dolor que unos hombres causamos a otros hombres, el dolor que originan nuestra voluntad o nuestra ineficacia de hacer una nueva y mejor organización de las cosas humanas”.
Haremos bien en atenderlas con prontitud en todos los aspectos de nuestra vida. Mientras no cambiemos hábitos de alimentación, la epidemia de obesidad y sobrepeso será más grave; mientras no construyamos más ciudadanía los abusos del poder serán crecientes; mientras no construyamos acuerdos mínimos para colaborar en la resolución de todo este dolor evitable, los gritos de auxilio seguirán rompiendo los silencios de la noche.