De «La piel del tambor»

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Se acabaron las vacaciones. Ojalá las hayan disfrutado quienes tuvieron y quienes salieron. Por pocos días que esté uno en casa o arregla algo que tiene pendiente o le piden que arregle algo que otros tienen pendiente. Acomodar libros siempre tiene su chiste. Es casi imposible, pues se vuelve una cosa lentísima: se detiene uno a releer algo, a preguntarse por qué no ha leído tal cosa, por qué tiene colocado a sutanito junto a fulanito; a qué hora compró uno tal porquería o simplemente se comienza a leer un libro que no se tenía planeado. De entre los libros movidos, van los subrayados de esa estupenda novela de Arturo Pérez Reverte, La piel del tambor (Alfaguara).

“… Recuerde que en los tiempos que corren no siempre la verdad nos hace libres. Me refiero a la verdad aireada en público”.

“Si no fuese pecar contra la caridad respecto a un hermano en Cristo, yo diría que Su Eminencia es un perfecto hijo de puta”.

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“Hay perros que definen a sus amos, y coches que anuncian a sus propietarios”.

“Cada uno tiene su propio tipo de fe —dijo por fin—. Algo muy necesario en este siglo que agoniza con tan malos modos, ¿no le parece?… Todas las revoluciones fueron hechas y se perdieron. Las barricadas están desiertas, y los héroes solidarios se han convertido en solitarios que se agarran a lo que pueden para sobrevivir —los ojos claros lo observaron, inquisitivos—. ¿No se sintió nunca como uno de esos peones de ajedrez pasados, que se olvidan en un rincón del tablero y oyen apagarse a su espalda el rumor de la batalla mientras intentan mantenerse erguidos, preguntándose si queda en pie un rey al que seguir sirviendo?”.

“La vida y el mundo son el sueño de un dios ebrio, que escapa silencioso del banquete divino y se va a dormir a una estrella solitaria, ignorando que crea cuanto sueña… y las imágenes de ese sueño se presentan, ahora con una abigarrada extravagancia, ahora armoniosas y razonables… La ilíada, Platón, la batalla de Maratón, la Venus de Medicis, el Munster de Estrasburgo, la Revolución francesa, Hegel, los barcos de vapor; son pensamientos desprendidos de ese largo sueño. Pero un día el dios despertará frotándose los ojos adormilados, sonreirá, y nuestro mundo se hundirá en la nada sin haber existido jamás…”, (Cuadernos de viaje, Heine).

“Cuando yo era un joven sacerdote —dijo de pronto— leí toda la filosofía de la Antigüedad: de Sócrates a San Agustín. Y toda la olvidé, salvo un gusto agridulce de melancolía y desilusión. Ahora, con sesenta y cuatro años, lo único que sé de los hombres es que recuerdan, que tienen miedo y que mueren”.

“Sólo sé una cosa: cuando termine la seducción habremos terminado también nosotros, porque la lógica y la razón significan el final. Pero mientras una pobre mujer necesite arrodillarse en busca de esperanza o consuelo, mi pequeña iglesia debe mantenerse en pie (…) Con toda nuestra miserable condición a cuestas, los curas como yo seguimos siendo necesarios… Somos la vieja y parcheada piel del tambor sobre la que aún redobla la gloria de Dios”.

Por lo pronto, se acabaron las vacaciones. Ojalá pierdan los Vaqueros de Dallas el día de hoy y ya en la semana comentaremos nuestra azarosa vida política. Feliz 2015.


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